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domingo, 28 de abril de 2019

EL VOTO


Votad hoy con la rabia contenida
de quien ha visto al necio en el estrado,
al timador y al caco en el senado
y al sabio ver su paga disminuida.

Hacedlo con justicia desmedida,
migrantes sin futuro y desahuciados,
mujeres cuyo estupro han cuestionado.
Por quienes pierden siempre la partida.

Que peguen de una vez una estampida
los que nuestra bandera han mancillado
fomentando una España desunida.

Ineptos de moral enardecida,
critican su país con el de al lado
cobrando en B su paga diferida.



sábado, 27 de abril de 2019

¿PERIODISMO RESPONSABLE?

A un día de las elecciones generales y rompiendo el protocolo de la jornada de silencio, veo necesario hacer una reflexión


De un tiempo a esta parte, he observado un giro en la forma de tratar la actualidad en los programas de la televisión, así como en los telediarios. Considero que se han vuelto bastante SENSACIONALISTAS a la hora de tratar la política y priorizar las noticias. Este hecho, acompañado de lo que considero una “pluralidad desacertada” (aquí viene el que quiere, todo el mundo está invitado), ha hecho que, al menos para mí, ver este tipo de programas se haya convertido en un suplicio. 

Parece que los estoy escuchando: hay que aprovechar el tirón, aquí hay contenido del bueno y para rato. Llamémoslo 'pluralismo informativo', eso. Invitemos a ese incipiente partido tan polémico por sus ideas retrógradas, anticonstitucionales y antiéticas. Hagámosle un huequecito para que su voz también sea escuchada. Venga, ¡vamos a por esos índices de audiencia!

Pero digo yo, la pluralidad y la libertad de información y de expresión están muy bien, pero no nos confundamos, no queramos ser más periodistas que nadie ni más progres y abiertos que nadie, porque una cosa es la pluralidad y otra, situar en la misma pole position a corredores de distintas categorías. Porque en la carrera política las consecuencias las pagamos nosotros.

Y es que creo que estos programas han perdido totalmente el norte y el enfoque. La lente que utilizan a la hora de priorizar la información da mucho que desear. No es que los árboles les impidan ver el bosque, es que prefieren no verlo. Es como si  todos y todas fuésemos en un barco que hace aguas, mientras que el capitán y sus tripulantes debaten sobre un grupo de marineros que quieren dejarse barba en vez de perilla, priorizando como urgente si es lícito hacer un referéndum de consulta para dicha cuestión, en vez de buscar una solución eficaz a las pérdidas de agua. ¿Qué importará llevar barba o perilla, cuando se está con el agua al cuello?

Pienso que el asunto del ‘procés’ fue y es una bobería, una cortina de humo utilizada por aquellos que, por no tener nada que aportar y por supuesto, para tapar y emborronar sus propios errores, necesitan un enemigo, aunque sea en su propia casa (siguiendo con el símil, en su propio barco) para atizar y confundir a un pueblo, al tiempo que lo embriagan con himnos, banderas, orgullo patrio, golpes de pecho y miedo. Un miedo sacado de la chistera, falso, ilusorio, interesado. ¿Cómo puede darte miedo un ‘independentista’? Es de risa. Miedo dan los ladrones de guante blanco, las cifras del paro, los que abogan por quitarnos derechos básicos conseguidos con siglos de esfuerzo, etc. Es una estrategia que cala en la sociedad. Y si no, tomen nota del fenómeno Trump en EEUU. 

¿No deberían los medios tomar consciencia de ello y actuar en consecuencia? Al fin y al cabo, es lo que se espera del periodismo: imparcialidad, rigurosidad, pluralidad. En vez de dedicarle horas, días y programas enteros al asunto de la independencia (yo creo que he llegado a leer y escuchar más veces la palabra "Puigdemont" que cualquier otra palabra en mi vida), dándole una relevancia, emergencia y gravedad desmesurada, han dejado de lado los asuntos que de verdad importan. 

¿Establecer un ‘monotema’ se considera 'riguroso'? ¿Dar a un pequeño partido de ideas bárbaras la misma difusión que a los otros partidos es 'pluralidad'? En mi opinión, ambas van en contra de los valores del periodismo y encima, hay que oírles decir cada día: “mañana más periodismo”, cuando en realidad nos están diciendo “mañana más procés y más Vox”. 

Si los programas de cotilleos son telebasura, ¿a esto cómo lo llamamos? 

jueves, 25 de abril de 2019

CURRÍCULUM VACÍO

Porque hay currículums capaces 
de albergar el éter en cien gramos de folio…

º

I

Los títulos abstractos, rimbombantes
de acrónimos que riman con cultura
transforman la frugal licenciatura 
de HUMO en altivos Gallifantes.

Que vaya lo afectado por delante
un máster complutense en usura
y un ADE obtenido con premura 
que nada suene a tosco o chirriante. 

Un algo en Hardvard y no habrá quien te aguante 
se quiten eruditos y currantes
o un carrerón como el de arquitectura.

Ahora lo que vale es lo ampulante
tan hueco y vano como la hermosura  
que suene pretencioso y relumbrante.



II



El candor del folio presto 
acoge la desventura        
satinada de lo espúreo
en cien gramos de basura.

Decente y parco en lirismos
borregos y florituras
exhiben sus doctorados
-cadáveres impolutos- 
sin la mínima rojura.

Desatino del fracaso,
presunción de la valía,
diplomado en ignorancia,
licenciado en chulería
con un máster en arrogancia
y un relamido diploma
en arrojo y gallardía.

Profusión de cargos públicos
sustantivados con gracia
y sufijos escogidos
que riman con dedocracia,
confiriendo gravedad 
y oropel a la falacia.

Un diez en llevar corbata
y camisas encaladas,
matrícula en amistades
con posición y cartera
que apoyen esa escalada
y esa temprana carrera
 meteórica a la nada.

Eneas del compadreo,
gran trepador y versado
en no andarse con rodeos
al calumniar al de al lado.
Postgrado en clientelismo
y experiencia demostrada
en ponderarse a sí mismo
con ayuda del cinismo,
detentando cargos públicos
con avidez y divismo.

Demostrable doctorado
en desdén e intolerancia
y un currículum vítae
castizo y anglosajón
con un toque afrancesado
cuidadosamente impreso
como si fuese un guión.

En negrita, a doble espacio,
acrónimos y congresos
y un proyecto indescifrable
tan volátil como excelso: 
gerente, ejecutivo,
gran regidor de lo ajeno
y buen cobrador de sobres,
muy amigo de su yerno,
rehuidor de los pobres
y honorable candidato
a Presidente de Gobierno.


***




viernes, 19 de abril de 2019

MICAELA, LA GUAPA

Dedico este relato a mi amiga Miki en el día de su cumpleaños.


Micaela era rotunda como su nombre. Su melena azabache no pasaba desapercibida y junto con sus rasgos raciales, hacían de ella una llamarada de feminidad intensa y apetecible, cuyas pestañas te acariciaban el alma al tiempo que servían de marco a sus ojos oscuros y rasgados. Sus silencios olían a palomitas de maíz con caramelo y su voz, potente y ligeramente masculina, encendía el aire de feromonas, almizcle y peonías, su fragancia preferida.

Micaela limpiaba el Banco Central y su abultada experiencia no había mermado el pundonor que ponía en su trabajo. A sus cuarenta y tantos años no pensaba en los tres Euros la hora que le pagaba su empresa de limpieza, ni en que la mayoría de la plantilla del banco le pisaba sin conmiseración lo fregado, a la hora de echar un cuarto o media hora de más, sabiendo que no se lo pagarían y que no iba a constar en ninguna parte. Pero le gustaba tanto el trabajo bien hecho, que no salir a su hora se había convertido en una costumbre. Cuando salía por la puerta dejaba tras de sí una nube de amoníaco y desinfección que duraba hasta que cualquiera de los empleados decidía echar un cigarrillo y entraba apestando a humo y nicotina. 

Micaela por su parte, no había fumado en su vida y su marido y su casa eran ese paraíso perdido en el que curaba sus heridas de guerra. Un sillón modulable y la telenovela de turno amortiguaban los golpes del oficio, los tropiezos, los dolores de espalda, su sempiterna lumbalgia y la persistente tendinitis, que conocía cada rincón de su cuerpo. Sus manos, ásperas y curtidas, acusaban la predilección que tenía por la lejía, un producto que en sus manos se convertía en un arma poderosa, que utilizaba para esterilizar letrinas, papeleras, rincones mugrientos y sin saberlo, contra las inmundicias y las cloacas del mundo de quienes ejercían sobre ella un aire de superioridad y de indisimulada suficiencia, dejando patente que el cielo y el infierno pueden estar separados por un cubo con fregona o por un ordenador repleto de cifras.
   La paciencia era otra de sus armas y la más silenciosa. Su imagen en el espejo conspiraba con el Cristasol, recordándole cuál era su cometido, porque una vez sin huellas ni manchas, sería objeto de la vanidad de otros. Las esquinas, bendecidas por obra y gracia del amoníaco y un tenaz estropajo, volverían a acoger los murmullos y disimulos del mundo de oficina: conspiración sin microbios, escaquearse sin polvo sobre la mesa, trepar sin dejar huella… Micaela no podía evitar acordarse del antiguo anuncio de Super Ween cuando abordaba la enorme mesa de reuniones atiborrada de documentos, manchas pegajosas de café y susurraba para sus adentros “superleches”.

Seis de la mañana, aún noche cerrada, y Micaela ya estaba sentada en su autobús con su uniforme y una cinta en el pelo hablando animadamente con su compañera de asiento. Su parada es la siguiente y se despide deseando un buen día al grupo de mujeres que se encuentran en el asiento de al lado. Es bajarse y verse engullida por la oscuridad de una calle de mala reputación cerca de una de las arterias principales de la ciudad. Las sombras se ciernen a su paso y el aire se llena de rumores amenazantes. Una voz masculina la reclama al grito de “morena, ven”, pero Micaela sigue su camino lo más deprisa que puede y sin parpadear. Al pasar por el hueco de la persiana medio abierta del banco no puede evitar sentir un súbito alivio. Da lo buenos días sin saber si la oyen y se dirige al cuarto donde tiene el carro de limpieza y todos sus productos y enseres.

Parece que fue ayer que limpiaba la academia del barrio con su madre. Los pupitres, la mesa del profesor, la pizarra, las papeleras… También le ayudaba con la limpieza del bloque, donde Ana gozaba de una reputación irreprochable. Luego vendrían los trabajos a domicilio, una vecina aquí y otra allá, que combinaba con trabajos esporádicos en establecimientos o bloques de edificios. Solían pagarle por horas, algo que se quedaba en mera teoría, pues era imposible hacer limpieza a fondo, ventanas, azulejos, cocina, la plancha y bajar la basura en tan poco tiempo. Lo que nunca subía era la cantidad de dinero acordada, ya que contrataban a una chica para limpiar, había que aprovechar y si no le daba tiempo a todo, era culpa suya. A sus dieciocho años Micaela ya estaba más que habituada a baldear las indecencias de la gente y a vérselas con las cochinadas y la dejadez humana. Miserias que no casaban con su espíritu, con su verdadera esencia.  

Micaela devoraba libros de Brian Weiss, aprendía inglés en sus ratos libres y no faltaba a su cita con el gym, como ella lo llamaba, pues era una apasionada del aerobic. Los fines de semana salía a comer con su marido y a dar un paseo con sus hermanas por algún centro comercial. A la hora de salir, no lo hacía de cualquier manera, gustaba vestir ropa bonita y vistosa de colores llamativos, siendo el rojo y el negro sus preferidos. Un buen escote y un toque de brilli tampoco podían faltar en su atuendo, que completaba con unos bonitos pendientes de aro o de perlas. Su ritual era igual de pulcro y concienzudo que el que tenía a la hora de limpiar su casa o el banco. Se encerraba en el baño y salía resplandeciente, oliendo a flores, a champú, a suavizante… perfectamente maquillada y con los labios de un rojo carmín intenso, la marca de la casa.
   
Su espíritu juvenil permanecía tan intacto como su vestido de novia. Ni la muerte de sus padres, ni un aciago matrimonio, ni un tortuoso divorcio, ni llevar toda la vida en un trabajo extenuante que había hecho estragos en su salud y en su cuerpo, habían logrado apagar esa chispa de locura ni su ilusión por la vida. La adolescente y la niña seguían estando ahí, jugando en la calle que la vio crecer o quedando con sus amigas para “salir de marcha”, como ella decía. Porque “el tiempo de los tontos ya ha pasado”, era la frase lapidaria con la que Micaela lograba dar portazo a los malos momentos y decidía una vez más reinventarse.

Los Lunes a primera hora de la mañana solía cruzarse con Gregorio, un cliente del banco que no dejaba pasar más de dos días sin ir y se sentaba con el interventor a consultar el estado de su cuenta o a realizar algún tipo de transacción. A sus setentaitantos, lucía una importante alopecia que contrastaba con sus patillas que le llegaban casi hasta el cuello. Solía llevar una camisa negra de lunares y su carácter extrovertido y descarado despertaba las simpatías del personal. 
—¿Dónde está la guapa? Le preguntaba a cualquiera de los empleados. Micaela pasaba siempre deprisa por su lado, empujando el carrito o acarreando el cubo de la fregona y le contestaba cordialmente.
—Buenos días, Gregorio. Estoy muy liada, no me puedo entretener.
No limpies tanto, por la gloria de mi madre! Si tú deberías estar en una vitrina para que todos te contemplasen. 
Esto último nunca llegaba a oídos de Micaela, que para entonces ya se había trasladado con sus enseres a la planta de arriba. Ésta lo tenía como un pobre viejo avaro y descarado, y no comprendía que sus comentarios hicieran tanta gracia a la gente.

Un día, sacudiendo el teclado de don Felipe, el subdirector, levantó la vista y vio a través del cristal a Gregorio haciendo unas cosas muy extrañas, éste caminaba dando saltos y levantando la pierna. Micaela, que estaba acostumbrada a ver de todo, no le dedicó más de medio segundo y siguió con su tarea, sobre todo porque era una de las pocas veces que don Felipe la dejaba acceder a su escritorio y tocar sus cosas. 

En otra ocasión, al salir del cuarto donde guardaba los enseres, tropezó con Begoña la cajera más antigua de la sucursal, que llevaba la blusa medio desabrochada y la pintura de labios corrida como si se la hubiese intentado quitar con un trapo. Un collar de perlas colgaba de su mano derecha y algunas cuentas podían verse por el suelo. Micaela creyó que era su deber cogerlas y devolvérselas a su dueña, aunque para ello tuviera que pegar en la puerta de la oficina del director. El silencio por respuesta fue lo único que obtuvo, pero cuando estaba a punto de darse la vuelta, Begoña le abrió y con una sonrisa forzada tomó las perlas que Micaela había recolectado. 
—Gracias, niña. Por cierto, ya que estás aquí, ¿te importaría vaciar la papelera de don Ignacio?
—Claro, démela que yo la tiro, la desinfecto y se la traigo limpia.
Micaela hizo ademán de saludar al director de la entidad, pero éste no levantó la vista de su escritorio, así que se fue con la papelera hasta arriba de clínex manchados de carmín.  

Otro día observó un hecho no menos extraño, vio a un guardameta hablando con el interventor. Sí, un portero de fútbol, o al menos fue lo que dedujo por su atuendo deportivo y sus guantes. Don Ignacio sacó un abultado sobre y se lo tendió con un leve temblequeo, levantando posteriormente ambas manos como hacen los porteros cuando van a parar un balón. Con lo escrupuloso que era en el vestir don Ignacio, ¡cómo descollaba allí sentado ese hombre que parecía haberse escapado de un campo de fútbol! Pensó Micaela al contemplar fugazmente la escena. Fue la misma mañana en la que se percató allí la policía y se pasó la mañana hablando con los distintos empleados, así como con el personal de mantenimiento.

Siempre que salía a dejar fuera las bolsas de basura coincidía con el asesor y dos de los comerciales o los Tres Mosqueteros, como ella los llamaba, que salían siempre juntos a echar un cigarro. Éstos tenían por costumbre charlar animadamente sobre asuntos que nada tenían que ver con sus respectivos trabajos. 
—¿Habéis visto cómo viene la Charo? No sé qué va a dejar para el marido. 
—Sí, aunque desde que tuvo el niño, ya no está tan buena como antes. Se está poniendo de buen año.
—Es lo que tiene la inactividad, seis meses se ha tirado de baja maternal la tía. Y encima se queja.
Micaela saludaba al vendedor de cupones y antes de irse le compraba el especial del Viernes, que guardaba en su cartera junto a la foto de Jesús Cautivo y una estampita de San Antonio. 
Que le pisaran continuamente lo fregado, tener que abrirse paso entre los empleados y hacer auténticos malabares para limpiar expositores y adecentar los puestos de trabajo era más llevadero con la Mega Radio, que escuchaba a través de un solo pinganillo. Esta emisora ponía sus temas preferidos del zumba y contaba con un espacio dedicado al esoterismo en el que la pitonisa Marisa echaba las cartas a los oyentes que llamaban al programa. 

Pero lo que peor llevaba Micaela eran las visitas del departamento de calidad de su empresa de limpieza. Y es que cada cierto tiempo aparecían un par de señores que le decían cómo tenía que fregar el suelo, qué productos tenía que usar, cuánta agua debía echarle al cubo o cuánto debía durar el tiempo de secado. Un protocolo que le parecía insufrible. ¿Qué sabrían estos dos de cómo se tenía que fregar un suelo si seguro no han cogido una fregona en su vida? Los Paracaidistas, como ella los llamaba para sí, debido al atuendo que llevaban, le entregaban un folleto detallado con el tipo de baldosa y el tratamiento específico, que iba desde la desinfección, la pulimentación o el autoabrillantado antiestático. Una teoría maravillosa de no ser porque en la práctica era imposible llevarla a cabo por falta de tiempo y porque el suelo era constantemente pisoteado por empleados y clientes. Tras la profusa explicación y la correspondiente firma de documentos, los Paracaidistas se dirigían a la cafetería de enfrente a reponer fuerzas, como ellos decían, con un buen café con churros, para luego seguir con su itinerario.

Llevaba dos semanas sin ver a Gregorio por la entidad cuando Micaela, al salir de reponer el papel higiénico y el jabón del baño, vio un lazo negro en uno de los cristales de la fachada. En ese momento, apareció Begoña y le dijo que el director la esperaba en su despacho. Micaela pensó casi en voz alta:
—Por fin voy a poderle limpiar la moqueta y el ordenador. ¡Ya era hora!
Al entrar, éste muy serio le dijo que tomara asiento. A Micaela eso ya le descuadró y se pensó lo peor. 
—No sé si está al tanto de la noticia.
—No, ¿qué ha pasado?
—Uno de nuestros clientes más antiguos, Gregorio, ha fallecido.
—Ah, imaginé que algo le pasaba. Oh, cuánto lo siento…
—No sé si sabe que no tenía hijos y que parte de su herencia la había destinado a asociaciones benéficas.
—No tenía ni idea, don Ignacio.
—Pues que sepa que a última hora cambió de idea y le ha puesto a usted como heredera universal de la totalidad de su patrimonio. Así consta y así se nos ha hecho llegar. ¿Sabía usted algo?
Micaela dejó caer la gamuza del polvo y sus labios describieron una “o” perfecta antes de contestar:
—No, mire usted. Yo no pienso aceptar dinero gratuito de nadie y máxime de un hombre que ni conozco, se lo agradezco de verdad, pero no. 
Acto seguido, se levantó y finiquitó el tema con un:
—Bueno, me voy que si no, no me cunde la mañana. 
Al cerrar la puerta tras de sí, se remangó los puños de la bata hasta los codos y dijo: 
—Que el tiempo de los tontos ya ha pasado.

jueves, 11 de abril de 2019

PRIMAVERA ANTICIPADA

Los efluvios de abril acarician mis cortinas, Apolo hace mutis por el pasillo y mis sueños se funden con las trompetas cítricas de la tarde...




Colarme en la fiesta sensorial de la estación de Vivaldi, cuando ésta aún se resiste, es mi deseo, llegado el mes de marzo. Atracar una floristería, llenar la cocina de bulbos o colocar una despampanante orquídea caribeña en medio del salón, podría ser un buen comienzo. Pero este año, buscaré esas alas que un día compré, sin saber por qué, y me precipitaré al vacío de la mano de Apolo. Cuando me encuentren, mi alma y la suya habrán tomado la senda del crepúsculo. Lo que quede de nosotros no se parecerá a lo que fuimos y desde el paraíso, por medio de hechizos, lunas llenas y conjuros paganos, fingiré que soy Ikaro o aquel serafín alado que habita en la línea tenue del horizonte.

 

Reciclaré el invierno, dejaré la lluvia y el frío aparcados en el contenedor orgánico, abriré las ventanas para que salga el letargo y cubriré las paredes de mandalas. Llenaré el cubo de la fregona de agua límpida, a la que añadiré optimismo y un buen chorreón de valentía, y rociaré los rincones de incienso y sándalo, que infusionaré con los colores del viento. Me traeré el arcoíris más grande del bazar de la esquina, que subiré a rastras por las escaleras. Tendré que deshacerme de lo ampuloso, hacer un aquelarre con mis bufandas, quemar mi pijama de franela y las camisetas térmicas del Decatlón. Pondré una lavadora con mis miedos, echaré en la canasta de la ropa sucia los prejuicios, lavaré en la pila la ignorancia, pondré en remojo lo aprendido y colgaré en el tendedero cada una de mis experiencias. Me haré con lecturas etéreas, novelas de aventura, versos libres y poemillas volátiles de rima asonante. Cocinaré a fuego lento la caída de la tarde, deteniéndome en el ritmo acompasado de las sombras, que motean las montañas que veo desde mi ventana.

   

Tiraré todo lo que hasta ahora he considerado imprescindible, romperé mis agujas de punto y haré trizas ese paraguas rígido que he acarreado en el coche todo el año, que representa la arrogancia de lo superfluo y la monotonía de lo viejo. Renovaré mis frascos estivales y estaré en casa para cuando llegue el cartero con un sobre certificado de remitente desconocido. Aliexpress me traerá por fin, envuelta en pompitas transparentes, el arpa que vi en aquel catálogo. Arrastraré sillas, camas, armarios, aparadores… y abriré los grifos para que el manantial de la espera llene mis estancias con ecos del Nilo. Bajaré al trastero lo indiferente, lo acogedor, lo cómodo. Colgaré sueños de bambú en mi terraza y silencios en mis rincones preferidos. Mataré a los renos de Santa Claus, al Grinch, al infame fantasma de mi historia más reciente y renaceré como Afrodita, con la tormenta eléctrica de la tarde.  

jueves, 4 de abril de 2019

PLANCHADO Y A ESCENA


El traje, el traje, el traje… ¡No quiero ver ni media arruga! Camisa de cuello italiano, mocasines centelleantes, mi Apple Watch, mis gemelos de Gucci. Mi, mi mi… Que se note el pedigrí político y la marca España. Lo mejor de lo mejor, como un señor, porque soy el mejor, ¡hostias! No me vayan a meter en el club de los tiesos, como los pringaos esos de Podemos. Qué horror, ese Pablo Iglesias con esas greñas y esa ropa barata, todo el rato hablando de pobreza energética y de renta básica. ¡Qué mal fario y qué mal gusto! Lo que hay es que trajearse, proyectar una imagen de poderío, abundancia y demostrar el amor por tu patria en todo momento, ¡coño! Que la gente está harta de dramas y de miserias. Trepar al capó de un coche e izar la bandera, dar un mitin frente a una ganadería de toros bravos, ¡españolear, joder! Y si me preguntan por los casos de corrupción, pienso extender las palmas de las manos (consejo impagable de mi asesor) y desmentir absolutamente todo. Joder, hicimos lo que habría hecho cualquiera, coger lo que nos pertenece. ¿Desde cuándo el que manda no puede hacer lo que le venga en gana? Cualquiera en nuestro lugar habría hecho lo mismo. Confiemos en que sigan habiendo patriotas, gente capaz de morir por la bandera y por España, porque ese número se traducirá en votos azules. 

Pero ahora me toca currar, tirarme a la calle, a los leones. Venga, ya queda menos, una vez conseguida la mayoría, todo habrá merecido la pena. Si he llegado hasta aquí es por algo, si cuento con el respaldo de la cúpula, es que vieron en mí un digno sucesor. ¡Hostias!, estás hecho un figura, qué bien te sienta esa blazer. Hoy no llevaré corbata, mi asesor me ha dicho que tengo que dar una imagen fresca, jovial y limpia. Tengo labia, charm, carisma. Soy el César del partido conservador, el triunfador que mi país necesita. Un hombre de mi tiempo, liberal, europeísta, con licenciatura, máster, postgrado en Harvard (que sí, que fueron cuatro días en Aravaca, pero a quién le importa la letra pequeña), y con idiomas, que no se diga. El Obama ibérico, el Macron español. ¿Preparado para estrechar la mano al populacho y dar palmaditas en el hombro? Siuuuuuuuuu!!! 

Palmadita por aquí, palmada por allá, el gesto perdonavidas que nunca falla cuando te das un baño de multitudes o sales a desayunar a un bar de barrio. Al inversor lo tomaré por los hombros y lo recibiré con mi sonrisa triunfal, porque el dinero llama al dinero, que se note. Y una tierna cachetada al niño que se acerque a darme un dibujito. ¡Cómo te gustan los niños, mamón! Eso sí, tengo que tener cuidado con las marujas, que te dejan en evidencia en cuanto te descuidas. Como ésa que le quiso vender unos calzoncillos al Sánchez. No son peligrosas ni nada. La culpa la tuvo él, mira que es bobo, cómo se le ocurre ir a un mercadillo de marujas. Una cosa es bajar a los infiernos y otra meterse en el mismísimo purgatorio. En fin, con pasearme por los aledaños de Serrano y visitar una fábrica de cemento será suficiente. 

Tendré que llevar un casco protector, lo que me dará ese puntito de cercanía que, junto con mi impecable atuendo, transmitirá una imagen de confianza, insignia de mi partido. Qué agradecido es mezclarse con el vulgo, sentir ese contraste. Porque aún hay clases, oiga. Yo con mi traje impagable y ellos de normal, con sus uniformes grises y grasientos, señal de que levantamos el país codo con codo, ellos abajo y nosotros arriba. Los de manos agrietadas y tiznadas creerán que están acariciando las manos de un bebé, al apretar las mías. ¡Caray, qué contraste! Parece que ya estoy viendo la foto. El futuro presidente en una fábrica de ladrillos rodeado de obreros, maquinaria, polvo, casquería. Y yo sin dejar de sonreír, como en aquella otra foto que me hice con el presidente autonómico de Galicia, parecíamos Starsky y Hutch, menudos dos brazos de mar, podríamos haber pasado por dos putos modelos de Armani. Menos mal que el departamento de imagen estuvo al quite y retocó la fotografía convenientemente, quitando a aquel inoportuno pedigüeño. ¿Quién le mandaría meterse en la foto? En fin, cosas de la imagen. Me verán como un dios cercano, el héroe que seguirá acosándolos a impuestos, jugando a subir y bajar el IRPF, el salario mínimo interprofesional, las pensiones… Que más da, me habrán votado para ello, para dirigir sus intereses. ¡Venga, vamossss! Es tan fácil ganarse al ciudadano de a pie, cuanto peor lo tratas, más te votan y si les robas, mejor que mejor, porque buscarán cualquier excusa para defenderte y justificarte. Será el síndrome de Estocolmo, dicen “esto es el colmo”, pero te vuelven a votar, ja ja ja… Joder, este chascarrillo lo tengo que soltar con unos vinitos cuando quede con Josema. ¡Viva el Rey!

EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...