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Los dados del destino te proponen historias, pero la tuya al final la escribes tú |
Me disponía a pasar un
fin de semana ROMÁNTICO en una encantadora ROULOTTE vintage regalo de unos amigos, no la roulotte, sino las dos noches de estancia
en un camping holístico en la Sierra de las Nieves que incluía: la caravana,
cursillo de jardinería, taller de Cábala y jornada de Taichi en uno de los
parajes más salvajes y vírgenes de nuestra sierra andaluza. Mentiría si os
dijera que estaba nerviosa, de hecho nunca había estado más segura de hacer
algo. Es la sensación de que estaba en mi destino cruzar el umbral de la
monotonía de recorrerme una y otra vez los centros comerciales de mi ciudad, ir
de tapeo y frecuentar las cafeterías, teterías y pubs del centro... Y como todo
tiene su momento y todo llega, heme embarcada en una roulotte de matrícula
argentina color caqui customizada con un enorme cóndor serigrafiado en la ventana.
El caso es que allí estaba, con mi marido camino de la montaña… Un viaje
delicioso de no ser porque mi Manolo, enemigo acérrimo de la aventura y de
cualquier cosa que huela a alternativo, no paró de quejarse en todo momento,
haciendo presagios infundados e inventando contratiempos donde no los había, de
manera que yo, en vez de dirigirme a unas placenteras vacaciones parecía ir
derecha a la cueva de Alí Babá, al Monte de las Ánimas o a la mansión de un
Conde llamado Drácula perdida en la bruma de la profunda Rumanía.
Siempre me pasa lo mismo, no sé qué es
mejor, si lograr convencerlo o tirar la toalla a tiempo, porque llego a
plantearme si realmente vale la pena ir a algún lado con esa actitud. Y como mi
Manolo es de hábitos fijos, me propuso hacer una parada para desayunar en la Cancela Campera, un
clásico de nuestras escapadas al que nunca me niego, ya que así tengo
excusa para tomarme mi segundo café y una buena viena de manchego. Además, esta
fonda tiene esa impronta de la España profunda que me recuerda a mi infancia y
a mis padres. Vamos, que entrar es como viajar en el tiempo o como poner Canal
Sur, sabes que si te das una vuelta por el minisúper terminas topándote con
algún CD de Manolo Escobar, que en paz descanse. Que si su alma tuviera que
vivir encadenada entre dos mundos, ésta vagaría eternamente por las FONDAS de
carretera de España, colándose con su zalamera sonrisa en las cabinas de los
camioneros y en las guanteras de los turismos de los domingueros con sus vacas
atestadas de bártulos.
El caso es que me había salido con la mía,
había conseguido aparcar mis tacones, salir de mi zona de confort y me dirigía
hacia lo salvaje, como diría Amaral. No habíamos recorrido ni veinte
kilómetros, que decidimos sacar un mapa de la zona, este era una virguería que
daban con el periódico Sur, lo teníamos desde hace no sé cuanto tiempo en el
trastero y formaba parte de un coleccionable de rutas en BICI que Manolo coleccionó concienzudamente para darme una
sorpresa, ya que yo le había propuesto en reiteradas ocasiones iniciarnos en
esta actividad tan sana y recomendable. Como podéis imaginar, nunca se dieron
las condiciones propicias para ello, si era invierno, por el frío y la lluvia,
en verano, demasiado calor y en primavera, las alergias. Otoño, se nos pasaba
entre una cosa y otra. El caso es que lo único que conseguí tras años de
insistencia fue esta colección de mapas del periódico Sur debidamente ordenados
por orden de dificultad de ruta, a todo color y encuadernados y plegados de
modo que el mapa cabía en cualquier bolsillo y al desplegarlo parecía el
mismísimo mapa del tesoro. Porque mi Manolo no será aventurero, pero le pierde
una colección. Para comprobarlo solo hay que entrar en su 'cuarto de los
horrores', como yo lo llamo, donde atesora fetiches semanasanteros, cómics y
figuras friki a partes iguales, que conviven con clicks de Playmobil, lo último
en tecnología Apple y pinturas de War Hammer, un horror vacui curioso en
el que la palabra 'hueco' brilla por su ausencia y el polvo por su omnipresencia.
Bueno, el caso es que por fin íbamos a darle un uso real, yo estaba tan
ilusionada, que la noche anterior me quedé dormida sobre el susodicho
desplegable con mi cara estampada sobre el río Molino y mi nariz apuntando al
Cerro de Fulaneja.
Cerré los ojos y saboreé el momento en el
que entrábamos en la zona de puerto de montaña y sentí cómo la madre tierra me
recibía con los brazos abiertos, acariciándome con su aroma a tierra mojada y
sus peñas de piedra caliza, rocas agrestes y testarudas que saben más por
viejas que por estar compuestas por cientos de minerales. Según nuestro mapa
del tesoro, nos quedaban treinta kilómetros para llegar a la Acequia de
Fuentepiedra, un paraje al parecer propicio para hacer un alto en el camino. Y
mi mente empezó a llenarse de cascadas de agua cristalina, vegetación
autóctona, pinsapos, sabina, comino... y mi Manolo inmortalizándome con mi
conjuntito verde caqui y mis gafas de sol de espejo polarizadas. Parecía la
ocasión perfecta para estrenar mi cantimplora, una charrería que adquirí en
Tiger por la misma época que el coleccionable con el tapón color cobre y
estampado camuflaje.
Mas de pronto mi mirada se posó en una
sombra lejana, un oscurecimiento súbito del paisaje que crecía a medida que nos
adentrábamos. Al principio creímos que era una nube, pero tuve la genial idea
de bromear con el asunto y, recordando los testimonios de OVNIS de Cuarto
Milenio, dije que podría tratarse de una nave extraterrestre, esas que
intersecta la NASA un día sí y otro también y luego se empeñan en ocultar. Mi
Manolo agarró el volante con fuerza y pisó con ímpetu el acelerador, cuando nos
percatamos de que hacía bastante rato de que no nos cruzábamos con ningún otro
vehículo. Era obvio, pero evitábamos hablar de ello por miedo a empeorar el
estado de paranoia y pánico inminente en el que estábamos entrando sin comerlo
ni beberlo. De repente mi mente empezó a llenarse de casos de encuentros con
extraterrestres, abducciones y descripciones de alienígenas de lo más variopintas...
Hay que ver, que para una vez que decido fundirme con la naturaleza, van y me
abducen. Yo, que miraba el mapa y la misteriosa sombra alternativamente, me di
cuenta de que el objeto que la producía estaba en el lugar al que nos
dirigíamos, primer hito de nuestra escapada.
Pero ya no podíamos volvernos,
pues la carretera de un sentido se había ido estrechando, hasta el punto de que
parecía estábamos siendo engullidos por la montaña. Mas llegó el momento en que
así fue, subimos los parasoles porque el sol estaba tapado por algo que no
sabíamos qué era y formábamos ya parte de la amenazante sombra circular que nos
guiaba como Estrella de Belén. Miro el cuentakilómetros y veo que vamos tan
solo a 30 Km por hora, le dije a Manolo que acelerara y se me cayó el mapa de
las manos cuando me dijo que hacía un buen rato que lo intentaba pero que no había manera, que era como si el coche estuviese sujeto a una fuerza contraria que lo
obligaba a desacelerar. Yo entonces me maldije a mí misma por no haberme
quedado en mi zona de confort con mis zapatos de tacón y mis bares de tapeo y
mis teterías y pensé que me lo tenía bien merecido por tonta y por caprichosa y
por haber traído a rastras a mi pobre Manolo, que demasiado bien estaba
llevando el viaje y que ahora por mi culpa seguro formaríamos parte de la
sección de sucesos o lo que es peor, de la sección de desaparecidos,
compartiendo plantel con el niño pintor de Málaga y a saber dios quién más...
Ahí fue que mi Manolo, que me conoce metida en un saco, leyó el pánico en mis ojos
y no dudó en entrelazar su mano con la mía, llevando ambas a la palanca de cambio.
Juntos redujimos a segunda, luego a primera... Nos miramos como si estuviésemos
a punto de lanzarnos al vacío… Para cuando el coche se detuvo por completo,
estábamos justo debajo del gigantesco objeto. Me murmuró “te quiero” y nos fundimos en un abrazo. Cerré fuertemente los ojos
y tras ver pasar mi vida como en una película, decidí interiormente dejarme llevar
por el destino, fuese el que fuese… En ese momento Manolo me susurra “abre los
ojos, cariño" y una oleada multicolor llenó mis pupilas, un inmenso GLOBO AEROSTÁTICO ondeaba justo
delante de nuestro coche y unas ESCALERAS de cuerda me invitaban a subir...