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viernes, 28 de febrero de 2020

UN TALLER PARA EL ALMA

Dedico este relato a Laura y a mis compañeros/as de Taller.

Taller de escritura creativa de Laura Santiago Díaz. Librería Luces (Málaga)
Era la primera vez que Raquel acudía a la consulta 19 del pabellón azul. Subió las escaleras con ese pellizco en las costillas que nunca la abandonaba y respiró profundamente, antes de pegar suavemente en la puerta. Entrar y ver la sonrisa de Gustavo, su nuevo psicólogo, fue como tomarse una de aquellas monodosis llamadas ‘rescate’. Aquel profesional formaba parte de un plan interior en forma de objetivo: tenía que aprender a caminar sola y recuperar esa tranquilidad que tanto anhelaba y que perdió tras el divorcio. Raquel tomó asiento y con las manos puestas en el regazo, procedió a contarle lo acontecido. 
⏤ Doctor, hace cinco años que me divorcié y no he logrado levantar cabeza. Siento una angustia constante y una tristeza profunda impregna todo cuanto pienso o hago. He seguido los consejos que me dio el doctor Hernández. Mire usted, trabajo en un supermercado muy cerca de mi casa, voy a clases de zumba y salgo a caminar casi todas las tardes con mis vecinas. Mi casa y mi hijo ocupan el resto de mi tiempo. Cuando creo que estoy mejor, sucede algo que me hace volver a este estado de congoja aguda y de desmotivación por la vida. 
⏤ Dígame qué le ha ocurrido recientemente para pensar que ha ido a peor.
Sus palabras brotaron de su garganta como un vómito:
⏤ Ayer me tropecé con mi exmarido, iba con su nueva pareja. Pasé por su lado y esquivé sus miradas para no tener que saludarlos. No sé si hice bien, pero no pude hacer otra cosa.
⏤ ¿Y cómo te sentiste?
⏤ El corazón se me paralizó, me quedé sin respiración. Y eché a correr hasta llegar a casa.
⏤ ¿Y luego?
⏤ Me tomé un tranquilizante y me metí en la cama. Al día siguiente no tuve fuerzas para levantarme. He ido para atrás otra vez, vuelvo a sentir como una especie de pellizco en las costillas.
El psicólogo se quedó pensativo y anotó algo en su libreta. 
⏤ Raquel, haz tres respiraciones profundas, cierra los ojos y concéntrate. Vamos a ver, ¿qué es lo que pensaste cuando los viste? La idea que cruzó tu cabeza en ese instante. 
La mujer de mediana edad, rostro desangelado y cabellos claros recogidos en una cola baja tardó algo más de medio minuto en encontrar las palabras.
⏤ Pensé que era una desgraciada. Es como perder la partida, sentir que ya no formas parte del juego. Me siento demasiado derrotada como para tomar las riendas y empezar de nuevo. No quiero que me pasen cosas, ni buenas ni malas. Sólo quiero estar tranquila, llevar una vida normal. 
⏤ ¿Me prometes que vas a hacer exactamente lo que te voy a decir, que vas a seguir mis instrucciones?
⏤ Claro, qué remedio. Para eso estamos.
El doctor le tendió una tarjeta con un teléfono.
⏤ Don Gustavo, ¿qué pinto yo en un taller de escritura? Pero si yo no tengo don para escribir, si escribo con un montón de faltas. ¡Qué vergüenza! Esto va a ser aún más denigrante que toparme con mi ex y su amante.
⏤ Raquel, prométeme que irás a un mínimo de cuatro sesiones. Deberás poner todo tu empeño, participar activamente y hacer todo lo que te digan. No vuelvas hasta que hayas consumado esas cuatro sesiones. Después me cuentas.
⏤ Como usted diga, Don Gustavo. Mientras tanto, ¿me va a subir la dosis de las pastillas?
⏤ Siga con la misma posología. Ya le reviso la dosis dentro de un mes. Para entonces, ya habrá terminado el curso.
Raquel hizo caso a su psicólogo y asistió al taller de escritura creativa que impartía una tal Ana María, una encantadora mujer de edad cercana a la suya, cuya forma de hablar transmitía tranquilidad y sosiego. No le apetecía lo más mínimo, iba a asistir porque no tenía más remedio. Lo que nunca imaginó era lo que iba a encontrarse. Nada tenía que ver con lo esperado, si es que alguna vez llegó a imaginar cómo debía ser un taller de escritura. 

El grupo era reducido, unas ocho personas de edades dispares y oficios varios. Juanjo, Nuria, Jesica, Christian, Gorka, Alba y Lucía eran los nombres que ponían rostro a un grupo tan heterogéneo como curioso. Media docena de almas que buscaban la verdad a través de las palabras, los puntos, las comas y las pausas. Un extraño rebaño de espíritus inquietos, incómodos con el mundo, que cultivan el arte creativo de las palabras para trazar mundos paralelos a través de los cuales escapar de la desidia y al mismo tiempo, alimentar su verdadera esencia. Raquel enseguida entendió que todos se tomaban muy en serio su labor y que la mejor forma de mimetizarse era haciendo lo propio. Sus compañeros de taller no iban a juzgarla o prejuzgarla por nada, ellos opinarían tan sólo sobre sus trabajos. 

En su primera clase, Raquel quedó extasiada por la forma de escribir de sus compañeros y por las historias que hilvanaban la mañana del sábado con la impronta palpitante de lo inédito. Un ir y venir de folios y un temblor en la garganta, la enhorabuena de Ana María y un pequeño consejo para mejorar el cuento, poema o relato. Raquel aún no podía creerse que formara parte de esa clase y que estuviese allí oyendo hablar del estilo literario o del tipo de narrador. Decidió dejarse llevar y se sorprendió a sí misma haciendo montones de preguntas, que daban lugar a interesantísimos debates y a opiniones diversas. 
Su primer trabajo fue un extraño poema que escribió allí mismo en clase como parte de una técnica de desbloqueo, que consistía en escribir bajo presión durante cinco minutos sin parar, incorporando las palabras que iba diciendo la profesora. Raquel llegó a olvidarse de donde estaba, su bolígrafo parecía haber cobrado vida y cuando le tocó leer lo que había escrito, no podía creer que aquella concatenación de palabras hubiesen salido de su pluma, neófita en este oficio. Las interjecciones de asombro y los halagos se sucedían. Raquel sentía por primera vez la dicha de fluir con la vida, la de sentirse en una compañía afín y de igual a igual. Ahora era parte de un engranaje hermoso, donde ella misma era una pieza tan valiosa y necesaria como las demás. 

Algunos días, al terminar la clase, se iban a tomar algo por el centro de la ciudad. Una costumbre que Raquel encontró deliciosa y altamente estimulante, ya que era en estas tertulias que ella y sus compañeros abordaban los temas más variopintos, así como los de índole más personal. En un par de semanas, su cuaderno violeta se había llenado de lecturas recomendadas, referencias bibliográficas, títulos de películas, exposiciones artísticas, etc. Otro día Ana María les propuso ir a ver una obra de teatro todos juntos y luego ir a cenar para comentarla, debiendo hacer algún trabajo escrito sobre ella para leerlo la semana siguiente en clase. Raquel, que no había ido en su vida al teatro, no daba crédito al mundo que se abría ante ella. 

Las semanas pasaron y para cuando llegó la última sesión, Raquel estaba tan integrada en el taller, que había olvidado su cita con Gustavo, su psicólogo. Cuando cayó en la cuenta, fue presa de una alegría impaciente y casi infantil, no veía el momento de entrar en la consulta y contarle todas las cosas que le habían pasado. Como prueba de ello, le llevaría sus escritos y le leería alguno. Su cabeza se llenó de versos y de rimas, al tiempo que su espíritu iba llenándose de agradecimiento. Agradecimiento por la vida, por esta nueva oportunidad, por tener a un psicólogo como Gustavo, que había sido el salvoconducto para encontrar a sus amigos del Taller de Ana María, y porque ahora tenía la suerte de poder escribir. Se sorprendió incluso dando gracias a su exmarido y a su amante, que también habían formado parte de esta cadena.

Raquel ya no volvió a sentir un pellizco en las costillas, ni siquiera cuando se cruzaba con gente que la hacía sentir incómoda. Había empezado a construirse por dentro, a apuntalar su autoestima y a nutrir su espíritu con los efluvios de las palabras. Ahora buceaba por mares profundos, donde nada ni nadie podría hacerle daño jamás.
                                                                       ***
Spin-off: para conocer la historia de Gustavo, visite el blog de Juan Manuel Pérez Torres en el siguiente enlace: http://jumapeto.blogspot.com/2020/03/demiurgos-micro-relato.html 

domingo, 23 de febrero de 2020

EL FRACASO MOLA

¿Temes darte un batacazo? ¿Hay mil cosas que harías y no haces por miedo a fracasar? ¿Eres de los que no se lanzan si no ven la cosa muy segura? ¿Has hecho alguna vez tuya la expresión "no me gusta perder ni a las canicas"? Si tu respuesta a todas estas preguntas es "sí", puede que tengas una idea equivocada del éxito y te venga bien saber alguna cosilla acerca del 'fracaso'.


Hay palabras oscuras como las entrañas de la tierra y palabras que brillan en la oscuridad. Palabras que te abren perspectivas y palabras limitantes; palabras que nos empequeñecen y palabras que nos elevan. Palabras que te empujan y palabras paralizantes, palabras que te abren fronteras y palabras creadas para apretar los goznes de la ignorancia y la involución. Pero si hay una terrible, que inmoviliza y que estanca, ésta es sin duda el ‘fracaso’.

Tratamos de no balbucear cuando acude temblorosa a nuestros labios y está siempre ahí, rozando distraídamente nuestras pláticas, pegada a nuestras afirmaciones, juramentos y propósitos. Es un agujero negro que nos sigue a todas partes y olisquea nuestros miedos, nuestra desidia, nuestro abatimiento. 

Pero lo que nadie sabe es que el fracaso forma parte del salto, que fracasar es lo mejor que nos puede pasar. Estrellarse, hundirse en los infiernos, naufragar. El fracaso duerme entre tus apuntes de carrera y entre los párrafos de esa materia infumable, esa matrícula, esa solicitud o ese casting. Te guiña desde las hojas de tu agenda y te hace pedorretas desde cada uno de los días del calendario. Al fracaso le gustan los días tristes porque sabe que siempre sale el sol. El que dijo “para atrás ni para coger impulso” no sabía que el fracaso es justo lo que hay antes del empujón. El fracaso es el hilo con el que está hecha la tela de ese maravilloso vestido que es el éxito. Fracasar es dar un paso cualitativo hacia la meta. Es la recarga necesaria y la descarga suficiente para que tus proyectos tomen la forma adecuada y el camino correcto. Peldaño hacia la sabiduría, es baladí de la paciencia, el que jalona nuestro camino hacia la meta, nuestro mejor maestro, el amigo que nos dice lo que no queremos oír, el antídoto para el que se muere de éxito, la única esperanza para los juguetes rotos. 

Es el éxito lo que está podrido. Éste es necio, pretencioso, aparente, engañoso. Le gusta el postureo, los halagos, los selfies. Opio de los perdedores, se alimenta de elogios, trofeos, medallas, condecoraciones. A menudo es una caja vacía con un bello envoltorio, un espejismo, un supermercado de vidas precocinadas -calentar y servir-, un buen puñado de likes, un coche de alta gama, un traje de firma, un matrimonio de conveniencia, un suculento contrato por exponer tu vida, y por qué no, el alarido patético del que, borracho de laureles, se siente en deber de hacer ostentación de su victoria (¡siuuuuuuuuh!), constantemente amenazada. 

En cambio, el fracaso te vuelve reflexivo, te obliga a hacerte mil preguntas y hace que te lo replantees todo. Te zarandea, te saca de tu zona de confort, del aburrimiento, de la rutina, te pone en peligro, te espabila, te hace aprender de tus propios errores, le da la vuelta a la tortilla y te invita a reinventarte, redescubrirte, reciclarte. Siempre está ahí en los peores momentos, nos pone en órbita y nos coloca el escalón para que subamos, retirándose a tiempo para no quitarnos protagonismo. 

Si crees que has fracasado estrepitosamente, considérate afortunado y disfruta el momento, porque el éxito más rutilante no es capaz de ofrecerte tantas oportunidades como las que tienes ahora. Considérate afortunad@ de poder intentarlo de nuevo, así como de replantearte si realmente merece la pena y es eso lo que quieres. 

Consejillo de bruja: Atrévete con lo que siempre pensaste que no era para ti.

viernes, 14 de febrero de 2020

DECLARACIÓN DE AMOR DESDE UN EDIFICIO EN LLAMAS


S.O.S.
Estoy en la suite nupcial de la planta 15,
esto es el infierno, no puedo respirar,
me he quedado sin voz,
las llamas están detrás de la puerta,
me dispongo a saltar...

El fuego había calcinado ya medio edificio y la estructura amenazaba con derribar pilares y contrafuertes en un estrépito sordo, violento, inmisericorde. Había presenciado otras catástrofes, pero ni la vez en que ardió el monte detrás de su casa era comparable al fragor voraz de un imperativo tan viejo como los tiempos. Tampoco el hormigón armado más duro era capaz de resistir aquellos embistes, aquel clamor, aquella rendición de lo que había sido concebido para ser acogedor, fuerte y resistente. El Hotel Málaga Palacio, buque insignia de la capital del sur de Europa, había sido su lugar de trabajo. Llevar la gestión del personal  desde el departamento de Recursos Humanos había sido su labor durante casi toda una vida. Había escapado de muchas cosas, mas nunca de una llama sobrenatural como aquella, de acero, que se alimentaba de toda suerte de materia, viva o inerte. 

Aturdida por un aire irrespirable, optó por una huida hacia arriba, sin saber si lo que hacía era escapar o adentrarse aún más en las cocinas del averno. Fue consciente de su situación al llegar a una de las últimas estancias de aquel macabro laberinto: estaba encerrada en un fastuoso palacio sin otra compañía que la de un monstruo hambriento. Era una de las mejores suites con vistas al mar de Alborán. En los días despejados, desde la terraza, podían divisarse Ceuta y Melilla, siendo la favorita de los recién casados, que veían la unión del mar con el horizonte como una prolongación de su amor eterno, tranquilo, barajado por olas y rachas de poniente. 

Ahora era ella la que estaba allí, a punto de contraer matrimonio forzoso con la muerte, de dirigirse al olvido con los ojos cerrados, llena de un amor incombustible. Y supo que en la vida no había nada más urgente que amar, que vencer el miedo y saltar sin red. Ella lo haría cuando viniera el monstruo, cuando lo tuviera frente a frente. Sus hijos la buscarían en la lluvia, en el polvo de los muebles y en la barriga de los bebés que no pueden dormir. Su marido se hará mil preguntas y durante un tiempo se sentirá culpable, pero al final rehará su vida. Ella se convertirá en esa mano invisible, ese temblor en la retina, ese abrazo maldito que redime, y se proyectará en el recuerdo como un espectro sepia y acartonado, habitando los marcos en la penumbra de los días sin sol. 

Un trozo de papel y un bolígrafo se hicieron visibles y pensó que alguien le había enviado aquel conducto para hablar directamente con el alma. Esperando al monstruo y su destino, cambió las iniciales de su nombre por signos invertidos y hundió la tinta en aquel trozo de esperanza:

Quiero decirte que te quiero desde el primer momento en que te vi. Que pusiste música a mis días con tus pausas y tus silencios, arrojándome a un volcán enfurecido. Que me crecieron alas por tu culpa y que desde entonces soy un ángel caído que perece en los infiernos. Que tu presencia ha enlentecido mi vida y tu sonrisa ha detenido mi tiempo, que los relojes se paraban cuando estaba contigo y un mar de lava recorría mi cuerpo cuando nuestras voces se cruzaban en el aire. Que desde que te conozco he vivido en una cárcel de lujuria y de locura y que cuando cierro los ojos me abraso con el tremor de tus caricias. Que adoro tu compañía y la forma en que me dices “hasta luego”, que me vuelven loca tus manías, ese deje tan tuyo cuando hablas y la forma aterciopelada con la que pronuncias mi nombre. Y aunque este trozo de papel perezca hoy conmigo en la batalla, he querido que este poema imposible sea lo último que me arranque del alma, que esta declaración sea lo último que realice con mis manos, que esta confesión, este nudo secreto que tú y yo formamos, sea lo último que se destruya…

S.M.
              
             

EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...