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jueves, 29 de julio de 2021

COSAS QUE ME HACEN VOMITAR

Me hace vomitar la caridad mal entendida, el volver a lo de antes, mirarse el ombligo y culpar a los demás de sus propios fracasos. Me hace vomitar el victimismo del verdugo y la revictimización de las víctimas. El plagio, el cinismo, la autosuficiencia. Oír frases como “soy el mejor” o “no me gusta perder ni a las canicas”. Me hace vomitar la gente que minimiza los méritos de los demás, mientras se atribuyen los que no tienen, y los que proyectan en el otro sus propios complejos. 

Me hacen vomitar los que hablan de las adolescentes como si fuesen furcias, lolitas, seres perversos y lujuriosos que no buscan más que satisfacer sus propias obsesiones. Me hacen vomitar el porno, los prostíbulos y la cultura del sexo con todos sus fetiches: atuendos de caperucita, secretaria sexy, enfermera calentorra... Me hace vomitar la hipersexualización de las niñas y de las adolescentes, para el deleite lascivo de un patriarcado libidinoso, juicioso y babeante. Me hace vomitar el "no hay mujer fea por donde mea"; “algo habrá hecho” o “¿quién la habrá mandado meterse en un portal con cinco tíos?”. 

Me hace vomitar la ineptitud y la inacción de las instituciones, de los jueces y de la gente de la calle ante los casos de abuso, la normalización de estos casos y el blanqueamiento sistemático por parte de los medios. Me hace vomitar que se replanteen derechos fundamentales como el aborto, y que la violencia machista, el racismo y la homofobia ahora estén en entredicho y haya partidos políticos en nuestras instituciones que apoyen y difundan estas opiniones y que los medios le den cabida. Me hace vomitar que no se condenen con contundencia los delitos de odio, los abusos de poder y la incitación a la crispación en momentos convulsos como una pandemia o una crisis migratoria. 

Me hacen vomitar los bulos y las fake news, que atentan contra los derechos de las minorías, la igualdad ante la ley y la no discriminación. Me hace vomitar la envidia, la falta de solidaridad y la palabra 'empatía', siempre en boca de quienes no la ejercen. Me hace vomitar la ignorancia osada y la que se jacta de serlo, que los medios le den coba, la empoderen y que nos la restrieguen en horarios de máxima audiencia ("yo nunca me he leído un libro, pero tengo derecho a opinar igual que tú). 

Me hace vomitar la banalización de la cifra de las mujeres asesinadas a manos de sus parejas, el cuestionamiento y la estigmatización que se hace de las víctimas y los constantes bulos acerca del feminismo, que pululan por grupos de wasap y demás redes sociales. Me hace vomitar la insignificante cantidad de denuncias falsas (0,007%), ocultada, manipulada y engrosada por quienes niegan esta infame pandemia social. Y me hace vomitar la inmodestia, el postureo y la 'pluralidad' mal entendida, que no es más que el caballo de Troya, llamado a dinamitar nuestro Estado de Derecho y todo lo que nos ha costado sudor, sangre e historia conseguir.  

 

sábado, 24 de julio de 2021

LA CITA DE ELENA


Cuando puso el pie en el acelerador, sabía que se dirigía a la cita de su vida. Llevaba sus pendientes preferidos y aquellas cuñas de esparto color cámel, que guardaba para una ocasión especial. Borgoña en los labios y un toque de rímel daban la chispa a un atuendo sencillo a la par que semicasual. 

A Elena no le gustaban las citas a ciegas, pero ésta tenía la impronta de las cosas que suceden por mediación divina. Aquélla resplandecía como un arcoíris esponjoso en medio de un páramo solitario. Hacía dos años que había enviudado de forma repentina. Su compañero de vida dejó de serlo la misma noche lluviosa en que decidió pasarse el límite de velocidad en una curva algo más cerrada de la cuenta. La incredulidad hizo que el primer año se le escurriese como un pez entre los dedos, dando paso a una autocompasión aciaga y pegajosa, que la asediaba y perseguía como una maldición, en forma de niebla fina, persistente. 
 
Vendrían más días de lluvia y noches sin luna, en los que Elena rememoraba, sin quererlo, aquel volantazo en seco del destino. Hasta que un día, la esperanza se coló, como una mariposa, en el buzón. Un acrónimo publicitario fue el encargado de atizar los rescoldos de la ilusión, de depositar en ella aquella posibilidad, aquel bendito escalofrío, que dibujaría globos en sus ojos y rosas en sus manos. 
 
Así fue cómo Elena empezó su búsqueda, que en vez de ser desesperada y angustiosa, se reveló serena y expansiva. Los días nublados dieron paso a los anaranjados y un sol de mañana comenzó a abrigarle el alma, a caldear sus pasos. Juró no desfallecer, ni venirse abajo, si fracasaba en el intento. Si tenía que ser, sería. Una hermosa tranquilidad la invadía en aquel empeño, fruto de la confianza en la vida y la certeza de que estaba en el camino correcto. Así fue cómo germinó en ella la ecuanimidad, que aplicaba a todas las piedras que encontraba en el camino, que aprendió a transformar en oportunidades. Confiar, confiar y confiar; a pesar de que al universo siempre le guste jugar sus cartas, era el reto. Su paz interior sería la tierra fértil que albergaría la semilla de un sueño. Una actitud que le permitió medir y sopesar, con acierto, cada uno de sus pasos, dejando a merced del destino una porción de aquel intento y un trocito de aquel anhelo, de ese deseo desbordante que la anegaba. 
 
Todo se hacía diminuto frente al esperadísimo encuentro, para el que llevaba preparándose toda una vida. Hasta que el día llegó. Se lo dijo aquel corazón dibujado en el calendario, la pertinente llamada, ese último detalle sobre la almohada. Estaba preparada para conocer a la persona que le cambiaría la vida para siempre
 
Su cita no era como las demás, ésta se había hecho de rogar, como todo lo bueno en la vida. Un enjambre de campanas la arrancó de aquel estado de somnolencia, haciendo temblar cada átomo de su cuerpo, cuando una voz le susurró: “Todo ha ido bien. Ha sido niña”.
 
 

EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...