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viernes, 31 de diciembre de 2021

CRÓNICA DE UNA OPOSITORA

Dedico esta crónica a mis compis de academia, que me han acompañado en esta afanosa aventura


Me quedaban cuatro minutos para dirigirme al tribunal y entregar el examen para el que llevaba año y medio preparándome y por el que había sacrificado tiempo, esfuerzo, noches en vela y los pocos ahorros que me quedaban. No me podía quejar, en las bolas me habían tocado dos de los temas que llevaba. Y en el práctico, un texto hermoso y fluido, que no me había dado grandes problemas de comprensión. 

Sin embargo, en vez de estar corrigiendo las faltas de ortografía y enumerando las hojas, estaba atascada y con los ojos clavados en el borrador, que era un batiburrillo de anotaciones, garabatos y tachones. Había interpretado la lectura “a mi manera”, método que siempre me daba buenos resultados. Tras subrayarlo profusamente, había desmenuzado la belleza de aquellos párrafos que hablaban por sí solos: la sensibilidad femenina y una niña atrapada entre dos vidas, que logra escapar al mundo de los sueños. No tardé en elaborar una gradación adjetival, seguida de una contraposición de imágenes y un hilo coherente, que hilvanara una intención por parte de la autora. Lo había logrado, mi borrador estaba repleto de anotaciones,  pero en la hoja del examen apenas había escrito un párrafo de cada cuestión, y por si fuera poco, no había manera de rematar la tercera pregunta.

No debí dejarme la parte práctica para el final. He dedicado demasiado tiempo al tema y como el comentario de texto no esté a la altura, no me harán nota media y habré suspendido. Tenía que concluir la parte práctica como fuera, encontrarle un final a aquel desbarajuste, un broche de oro a la altura del texto, de lo que se esperaba de mí, de todo el tiempo invertido en realizar comentarios de texto. ¡Qué te gusta un comentario de texto, friki, que eres una friki! Un párrafo final digno de mi magnífico bolígrafo, regalo de una amiga que había depositado más fe en mí que yo misma. 

La clase se queda vacía, pero los miembros del tribunal son amables y no me dicen nada. Se dedican a grapar y a guardar folios en sobres para luego depositarlos en cajas de cartón. El tiempo se me acaba y ninguna de las preguntas elegidas han sido desarrolladas lo suficiente, siento que me he quedado corta. Encima, son tan ambiguas, que no sé si lo que he contestado es lo que realmente me piden. Tanto estudiar para esto, tantas mañanas y tantas tardes clavada a una silla, encadenada a una pizarra y a unos apuntes resumidos, subrayados y esquematizados hasta la extenuación. Un ejemplo más, y otro ejemplo, y otro… (porque el más mínimo detalle puede marcar la diferencia). Que por ejemplos no quede. Y un tema más, y otro, y otro... Luego el dinero invertido. Aquel crédito que cayó como del cielo a la semana de morir la perrita. Nos lo ha mandado ella, le dije a mi Manolo, agradecida por aquel golpe inesperado de la suerte. 

Llegó un momento en que no sabía ni en qué rincón de mi casa poner el huevo. Primero aborrecí la mesa del salón (si no se me clavaba la silla en la espalda, era la mesa en las costillas); luego le tomé tirria al sofá (me dejaba baldada y encima me costaba concentrarme). A veces me sentaba en medio del pasillo con mi Lady en el regazo. Con el buen tiempo, me espatarraba en la terraza, embadurnada en aceite de Monoï (si suspendo, por lo menos me llevo un bronceado). La mirada se me iba de los apuntes a las macetas. “Juro que cuando haga este examen, quemaré los apuntes y ¡¡¡no volveré a mirarlos en mi puta vida!!!”. 

¿Quién me ha robado el mes de abril? Me preguntaba, mirando el cielo azul o siguiendo con la mirada a algún transeúnte. Míralo, que feliz va aquel de allí, seguro que no tiene que presentarse a unas oposiciones. No como yo. ¡Mira que eres desgraciá! Hace un año estabas en pleno desconfinamiento, tan feliz de la vida, y ahora mira, en menuda te has metido. No sé cómo te las arreglas, que siempre terminas escogiendo el camino más difícil, 25 plazas para toda Andalucía, menudo derroche. “Necesito nuevos retos, rock and roll, salir de mi zona de confort”. Si es que te gusta sufrir, pedazo de masoca. Pues ahí tienes reto y de los gordos. 

Tras el autocompadecimiento venía la fase motivadora, y en esto ya digo que tengo cayo y horas de carretera. Venga, Susi, y lo bien que te vas a quedar después, cuando hayas salido de este túnel. Después, te vas a comer el mundo. Por no hablar de los conocimientos que estas adquiriendo, que te vendrán genial para las clases. Ya sabes lo que dicen, que el saber no ocupa lugar. Además, esto tiene que rejuvenecer, niña. ¿Quiénes estudian? Los jóvenes. Pues eso. Disfruta el proceso y piensa que es un privilegio poder estudiar a los 48 años. Cuando deberías estar pensando ya en tu jubilación o en el porvenir de tus hijos, ahí estás, como una chiquilla, empollando más que en Selectividad.

Pensabas que no ibas a tener tiempo para estudiar, entre las academias y las demás clases, pero ¿qué hizo Dios? (siempre atento a tus plegarias). Pues que nos mandó una pandemia mundial, para que no tuvieses excusa. Susi, que estás llamada a ser profe de instituto, a cambiar el mundo. Tú que nunca creíste en ti lo suficiente, que aquello para lo que estabas llamada te venía tan grande. Díselo a la niña y a la adolescente que fuiste, cuéntaselo, no te creerá, te dirá que se trata de otra. Ella sigue allí, en Parque Virginia, escuchando a Michael Jackson y bailando en el salón. Tendiendo la lavadora, limpiando la cocina o sentada delante de la tele con la caja de costura en el regazo.

1 de Julio de 2021. Hoy publican las notas y los peores augurios pululan por redes y grupos de Wasap. En Comunidades vecinas han aprobado poquísimas personas y se ha filtrado que en el tribunal de Málaga, de 89 presentados, solo han pasado 11 y que la nota más alta es un 6. Enciendo el ordenador con más ganas de terminar con esta lenta agonía que por saber el resultado, pero es imposible acceder, la página está colapsada. En el Wasap de la academia, mis compañeros comunican los primeros resultados. No me lo puedo creer, son suspensos. Espera, también hay gente que ha aprobado. “Lo siento”, “enhorabuena”, son los mensajes que escribo a mis compañeros mientras llamo a mi Manolo para que me lo mire él desde el trabajo. En menos de un minuto recibo un pantallazo con mi nota. Al principio no la entiendo, no veo palabra alguna que me indique si he suspendido o he aprobado. Se lo reenvío a mi profe que enseguida me manda un audio: “¡¡¡Que sí, chochona, que has aprobado!!!”.

 

EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...