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viernes, 17 de septiembre de 2021

LA HISTORIA DE DON DEMETRIO

Ya no hay quien hable con los aguaceros, ni alma capaz de atrapar palomas con susurros de poeta

Don Demetrio acunaba pájaros y mecía tempestades. Desde su torre de barro contemplaba el mundo, hablaba con los vientos y conversaba con el frío, las nubes, los aguaceros. Eran sus manos dos sombras huidizas y sus pies, charcos de lluvia estancada. Guardaba Don Demetrio los libros de su infancia, la que lo clavó a una cama de hierros desquiciante. Versaban sus páginas sobre historias quijotescas, cuentos sobrenaturales, caperuzas rojas, dientes de conejo y gallardos mayordomos vestidos de etiqueta. Trenzaba Don Demetrio cadenetas de trigo que empapaba en leche para las palomas, su única afición conocida.


Nació el viejo del palomar una noche de tormenta, entre trombas de agua, riadas y crecidas. Su cuerpo entumecido inquietó a los médicos, que bendijeron su destino con un tijeretazo. De haber nacido en la ciudad, lo habrían confundido con un ave extraña o con un tullido. Pero el niño del diluvio pronto abandonaría la cuna para asomarse al cielo y hablar el lenguaje secreto de los pájaros. Contando para ello con la complicidad de las corrientes, que acunaban su morada, cuajando su destierro con abrazos de rocío, goterones de cariño y riadas de ternura. Era Don Demetrio una anomalía a los ojos de un mundo que pasa de puntillas por la belleza. Un lunático de libro, que encadena arcoíris y acumula atardeceres plomizos.


Una mañana incolora, ya lo suficientemente senil como para no despertar suspicacias, culminaría la obra para la que fue bendecido, y tras contemplarse con alas vaporosas, terminó desplomándose en su atrio de losas dameadas, rodeado de canalones, fuentes de agua estancada, nenúfares disecados, témpanos de ámbar. 


Dicen que algunas almas nacen con vocación de pájaro y consagran su vida a los seres de Ícaro. Luego están los otros, aquellos para quienes su vida consiste en trabajar ocho horas entre cuatro paredes, reproducirse, pagar la renta, exigir aquello que les corresponde y llegar a fin de mes con brillo de latón en los bolsillos, para luego morir en hospitales, asediados por cables y gentes con bata blanca. 


Ya no hay quien hable con los aguaceros, ni alma capaz de atrapar palomas con susurros de poeta. Ahora la vida es comprada, prestada o impuesta, y los hijos de Ícaro no son más que tullidos sociales, parias de un sistema que desprecia la belleza. Os habéis preguntado ¿por qué desaparecen los nidos del invierno? ¿Por qué huyen las cigüeñas de los campanarios y las gaviotas de las playas? ¿Por qué los gorriones abandonan las cornisas y las palomas se dejan atropellar por los coches?

EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...