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jueves, 27 de junio de 2019

CARTA A CARMEN MÉRIDA

Mi abuela fue uno de esos ejemplos que te inspiran y marcan para siempre y que por mucho que intentas imitar, sabes que nunca podrás alcanzar…




Querida abuelita:

A veces me acuerdo de todas esas cosas que todavía no nos han sucedido y me entran unas ganas terribles de tenerte a mi lado, sentarnos en aquel rincón en penumbra del salón y hacer balance de lo que nos tocó vivir y de cómo la vida, de manera sabia, nos ha puesto frente al espejo del aprendizaje y de la superación.

Te recuerdo en la ventana, esperando a que viniésemos del colegio, con tu porte erguido y tu mirada lejana, clavada quién sabe si en algún recuerdo. Con desasosiego de madre, vigilabas a mi hermano pequeño que jugaba a lo lejos con una metralleta y un sombrero de vaquero. Siempre pendiente de la hora, la ventana de la salita era donde te asomabas al mundo y explorabas los límites de tu pequeño gran universo, que éramos nosotros. Una vida de entrega, de dedicación, de sacrificio; una juventud doblegada por las obligaciones, los trabajos extenuantes y las necesidades de otros: padres, hermanos, hijos, sobrinos, tíos, suegros, nietos. 

¿Qué fue de tu ejemplo de lucha, de tu abnegación silenciosa, perceptible y palpable por todos los que alguna vez vivimos bajo tu manto de bondad? Una generosidad incombustible. Te fuiste y yo no estaba preparada para ocupar tu lugar, ni siquiera hoy lo estoy. No soy tan buena como tú, pero a veces hago propósito de imitarte. Es entrar en la casa de Parque Virginia y todavía me invade tu recuerdo, tu silueta en la penumbra cosiendo, cocinando, tendiendo la ropa, restregando los quemadores, lavando a mamá, cambiando sus sábanas. La máxima exigencia y el más alto rendimiento, era tu marca inconfundible. ¿Qué me queda de ti? Un ejemplo de coraje como pocos. No claudicaste ante la adversidad más terrible, ni te derrumbaste ante la peor de las noticias y el más desesperanzador de los panoramas. Tampoco lo hiciste en tu hálito final.

Terminarme aquellos pantalones fue tu último gesto antes de irte para siempre. Nunca olvidaré aquella mañana, cuando papá vino a mi cama y me dijo que te habías ido al cielo y abrí mi armario y allí estaban, cosidos, rematados a mano e impecablemente planchados. Así eras tú, concienzuda, infatigable. Así viviste y así te fuiste, elegante, silenciosa. Te tragaste la zozobra de ver a mamá postrada y a papá tratando de no suicidarse de pena cada día. Pero nosotros sólo vimos tu entrega, un hogar cálido y luminoso, las mochilas del cole con sus bocadillos, el colacao sobre la mesa, las gachas en las tardes de frío y la nevera siempre llena de fuentes de gazpacho, ajoblanco, ensaladilla malagueña y arroz con leche. 

¿Qué me queda de ti, abuela? El ejemplo más excelso de pundonor y excelencia en todo cuanto hacías. Tú, acarreando la palangana rebosante de agua y espuma para lavar a mamá, colocándola temblorosa y pacientemente sobre la mesita de noche. Tú, sentada delante de la hornilla moviendo las migas, el plato preferido de papá. Tú y tus manos bendiciéndolo todo con ese saber estar de las cosas que son acogedoras. Haciéndolas porque había que hacerlas, sin un atisbo de desánimo ni de queja. ¿Qué dejaste en este mundo de miserias? Tú que eras la abundancia a raudales, que no sabías ser de otra manera ni sentir de otra forma. 

Hoy sé que tu vida nunca te perteneció, que te diste al mundo y te empleaste a fondo sin importarte las consecuencias. Pero sobre todo, nunca olvidaré lo que hiciste por mamá. Tan frágil, tan indefensa, fue la que se llevó tu último aliento, por la que habrías dado la vida y por la que nunca dejaste de tener esperanza. A pesar de su terrible mutismo, yo veía cómo sus ojos te contemplaban con amor y veneración.

Mamá y tú sois para mí el ejemplo de nuera y suegra más hermoso que he conocido. Os disteis el relevo en cuidar la una de la otra y unisteis esfuerzos para agasajar a papá, creando un hogar cálido y armónico, donde crecí feliz y segura. Mis hermanos y yo tuvimos el privilegio de crecer con dos madres, constituyendo un hermoso modelo de convivencia y cooperación. Y para mí, dos mujeres gloriosas, extraordinarias y fuertes que junto con papá, hicisteis que mi infancia fuera ese lugar al que siempre querría volver, dejando los puntos suspensivos para que yo hilvanase con vuestra impronta mi porvenir.

Hoy me conforta saber que fue mi nombre la última palabra que dijiste y que siempre llevaré un cachito de ti por ser tu nieta. A pesar de ser la más desastre y a la que más regañabas, debido a tu empeño en hacer de mí una mujer hacendosa.

Hasta siempre, abuelita.

Tu nieta,

Susana

P.D.: Si supieras que todavía bailo delante del espejo, de vez en cuando hago el pino en la pared y el otro día toqué las castañuelas a la hora de la siesta.


sábado, 15 de junio de 2019

LA GRAMÁTICA

Me fijé en ella porque era la primera de la clase y me cautivó desde la primera vez que la vi allí sentada. Erguida en su pupitre, sacaba punta al lápiz y no dudaba en borrar, tachar y corregir concienzudamente todo cuanto caía en sus manos. Ese es su lado más enternecedor y su oficio menos remunerado.
   De su mano he viajado al interior de las palabras, donde se forjan los hilos que dan forma al pensamiento, a nuestros deseos, a nuestros miedos y a nuestros sueños. Su luz analítica perfora el caos comunicativo, despejando la abigarrada colmena semántica en la que se materializa nuestra necesidad de expresar lo que sentimos y lo que pensamos. Una necesidad primigenia e intuitiva que, como diamante en bruto que sacamos de las entrañas de la razón, necesita esa mente preclara que la convierta en la mejor versión de sí misma. Su academicismo ha creado escuela en todas las artes porque ella sabe ser persistente, rigurosa y sistemática. Me hace la vida más fácil, ya que busca la simplicidad genuina, que reduce a patrones que se multiplican hasta el infinito. Es perfeccionista, maniática, regañona y su pundonor a veces me exaspera. Pero somos el matrimonio perfecto, ya que nos complementamos. Me ha enseñado el valor de la disciplina, a ser humilde, relativizar y ver las cosas desde diferentes enfoques y perspectivas. Con su verdad he aporreado puertas, me he pateado librerías, bibliotecas y me he pasado noches enteras sin dormir. Hoy gracias a ella tengo un oficio y me relaciono con gente maravillosa, que de otra forma nunca habría conocido.

sábado, 8 de junio de 2019

SONETOS DE LA ESPAÑA RANCIA

Amar a tu país nada tiene que ver con llevar una bandera en ristre ni pedir orejas y rabo en plazas de toros. Estos sonetos hablan de un estereotipo esperpéntico y catetil que, lejos de desaparecer, está presente en las más jóvenes generaciones.


I

Hay una España burda e iletrada
que reza por si acaso y se engomina
se cuadra ante el olor a indisciplina
y exige lo que es suyo antes que nada.

Hay una España rancia, aparroquiada
de paro, Per y vida pueblerina 
que bebe, come, duerme y se arrutina
pero que se la da de refinada.

Es esa España pía, abalconada
que se pasea en feria y romería
en Pascua finamente encapuchada.

Altiva, celestina y opinada
declara Hacienda siempre con trampilla
pero con la bandera siempre izada.


II


Hay una España rancia, abanderada
de coche de alta gama y escopeta
de jamoncito, juerga y pandereta
ufana, borrachina y trajeada.

Una España Lacoste, acartonada
de misa de domingo y picoleta
de pañuelito al cuello y de saeta
creyente, moralista, golfeada.

De chiste fácil y de moral inquieta
emplea al inmigrante en su masada
cuando le viene bien para su treta.

Y cuando no, se coge una rabieta
seguida de un "joder" y una rezada
luciendo un buen escudo en la chaqueta.


EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...