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jueves, 10 de enero de 2019

TUS BRAZOS Y LOS MÍOS

Busca a tu complementario, que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario. 
A. Machado


A Manuel

Tus brazos y los míos
enlazan dos imperios:
el país de mi alma
y la isla de tu cuerpo.

Tus brazos y los míos
navegan en silencio
por mares tan profundos,
por mares tan inmensos...

Tus brazos y los míos
lucharon sin desuello
por engarzar riberas,
colinas y senderos...

Tus brazos y los míos
viajaron en el tiempo
para  encontrar la esencia
sutil del universo.

Tus brazos y los míos
se enlazan sin saberlo
por ese laberinto
tortuoso que es el tiempo.

Tus brazos y los míos
buscaron nuestros cuerpos
para fundir dos vidas,
dos sueños, dos misterios.



SM


jueves, 3 de enero de 2019

MI AMIGA MANME

Dedico este relato a mi amiga de la infancia Manme, de Parque Virginia


Tenía diez años cuando nos mudamos a Parque Virginia, una urbanización con columpios, que olía a dama de noche y césped recién cortado. Era esa época mágica en la que nos bajábamos a la calle y nos lo pasábamos bomba jugando al elástico, al mate, al escondite, al pilla pilla, al guiso. En nada de tiempo, ya éramos una gran pandilla. Manme, un año mayor que yo, ejercía de hermana mayor de todas y de auténtica líder. Era la primera de su clase, sacaba todo sobresaliente y los profesores sentían adoración por ella, al igual que mi madre y las madres de mis amigas, ya que era encantadora y educada con los mayores. Resuelta, extrovertida y súper talentosa, sabía tocar el piano y su rasgo más característico eran sus ojos azules, que ella contaba había heredado de su bisabuela. Lucía una rubia melena, que solía recoger en una coleta, era menuda y se desenvolvía con gracia y seguridad. Yo, paradigma de impopularidad, pava, paliducha y con gafas culovaso, no podía creer que tal prodigio de criatura me hubiese escogido a mí, de entre todas las chicas, como mejor amiga y confidente. Por lo que estaba dispuesta a morir por ella y seguirla hasta los confines de la tierra.

Durante un tiempo fuimos inseparables. A menudo se nos hacía de noche subidas en el columpio más alto del parque, charlando de nuestras cosas. Juntas descubrimos a Michael Jackson, del que Manme me contaba todo tipo de detalles, como que era vegetariano, que tenía un mono que se llamaba Bubbles o que su bebida favorita era el zumo de piña. ¡Cómo podía saber tantas cosas! Me encantaba ir a su casa, pero iba poco para no ponerme pesada. Recuerdo que las habitaciones tenían luces graduables y yo siempre le pedía que me las encendiese. Podrá parecer una tontería, pero en los ochenta, la palabra 'domótica' sonaba a película de Spilberg. Me tocaba siempre un pequeño órgano, que tenía conectado a dos diminutos altavoces y que sonaba genial. Tenía mi amiga Manme el primer vídeo de la urbanización (un vídeo 2000) y en él veíamos Thriller una y otra vez, cuya coreografía reproducíamos después, en medio de la calle. ¡Qué vergüenza! Fue también en su casa que vimos Los Goonies y Los Gremlins, hitos cinematográficos del momento. 

Éramos compañeras de elástico, de escondite y también de baile. Me enseñó a bailar Sevillanas y me convenció para que me apuntara a  la academia, que estaba en la Alegría de la Huerta. Así fue cómo nos convertimos en la "mejor pareja de baile" por designación de la profe.  Teníamos el récord de tiempo en "pino sin pared" y la mejor puntuación en "patinaje artístico sobre ruedas". Patinábamos alrededor de la urbanización agarradas de la mano y dábamos la media vuelta terminando con los pies en cruz. Otra de nuestras proezas era soltarnos de manos en la bici mientras nos hacíamos la coleta. Pero de lo que estábamos más orgullosas era de pasarnos de un extremo al otro del columpio-balancín, sin tocar el suelo (ahora pienso que porque a nadie se le había ocurrido algo parecido). 

Un verano, su madre, que cosía como los ángeles, nos hizo unos conjuntitos monísimos y súper originales de pantalón tipo pañal, y hubo gente que creyó que éramos hermanas. Fue de la mano de mi amiga Manme que descubrí el Bibliobús, donde nos alquilábamos los libros de 'El Club de los Cinco' o 'Los Gemelos Bobbsey', fantaseando con que algún día nos leeríamos uno de la parte de adultos, como aquel tomo tan grueso llamado 'Guerra y Paz' o cualquiera de la sección de Filosofía. Recuerdo la embriaguez y la alegría que sentía los viernes por la tarde cuando salía del colegio y ella me decía "hoy toca Bibliobús, no te olvides el carné" y la ola de júbilo que sentía cada vez que oía su voz en mi electrónico. 

Pero el rito iniciático más importante llegaría un verano en forma de propuesta, y es que, como al año siguiente yo entraba a sexto de EGB e iba a dar inglés por primera vez, ella, que me llevaba un año de adelanto, se ofreció a darme clases preliminares, para que así fuese más preparada. Como no podía ser de otra manera, le dije que sí. Nunca olvidaré mi primera clase de Inglés. Me enseñó los pronombres personales, el verbo "to be" y los demostrativos. This is Philip, he is tall; this is Tom, he is short fueron las primeras frases que aprendí. Es tan sencillo y parecido al español, pensé. Luego me dejó el libro, cuyos diálogos me aprendí de memoria ese mismo verano. Además, éste disponía de ejercicios muy fáciles, que yo hacía sin problema y que me ayudaban fijar lo aprendido. 

Aquellas clases fueron de un valor incalculable. Consiguió, con tan sólo trece años, sin ser nativa y en tan sólo dos sesiones, lo que hoy en día un alumno en varios años de academia. Pero lo más importante es que consiguió que me gustase el inglés, entrando con buen pie en un idioma  que no había visto en mi vida. El resto corrió de mi cuenta.

Pero como todo lo bello es extraordinariamente frágil, nuestra infancia, nuestra amistad y los días en que nos bajábamos a la calle se fueron para siempre. 

Valga este pequeño homenaje a la amistad y al buen maestro/a, que es el guía que más te aconseja y menos te enseña.

EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...