Aún son pocas las que despiertan, las flores que consiguen abrirse, las estrellas que deciden brillar con luz propia...
Aisha había descubierto el secreto,
ese del que nadie habla por acuerdo tácito, esa verdad que nos habita y nos
hace libres e iguales para siempre, que nos reconcilia con el universo, con
nuestras emociones, con nuestros miedos, con la aventura de vivir. La
verdad la había pillado por sorpresa una mañana camino del molino, una rutina
que pasaba por salir de casa al despuntar el alba y hacer cola para conseguir
la mejor harina recién molida para, de vuelta a casa, preparar la masa madre de
toda la semana y el pan, que debía estar presto sobre el mantel, aún caliente,
para cuando su familia se levantase. Un nivel de autoexigencia que, como tantas
cosas, había heredado de su madre, abuelas y tías. Aquella mañana era tan
temprano, que la calle era aún un bosque de sombras y las montañas, enormes ogros
que barrenaban el horizonte. Sus pobres pies tomaron la decisión por ella y
decidieron adelantarse, cediendo torpemente ante una pendiente terriza y una
enorme piedra rodada precipitó su caída, arrojándola por un precipicio veinte
metros al vacío.
Es curiosa la forma que tiene la vida de sacudirnos y de zarandearnos. Y aún más curiosa la forma terca en que nos encerramos una y otra vez en nuestras propias ideas y prejuicios, que en realidad no son ni propias ni nuestros.
Es curiosa la forma que tiene la vida de sacudirnos y de zarandearnos. Y aún más curiosa la forma terca en que nos encerramos una y otra vez en nuestras propias ideas y prejuicios, que en realidad no son ni propias ni nuestros.
Aisha se negaba a aceptar este
lance del destino que pasaba por guardar cama y hacer reposo absoluto tras
someterse a varias operaciones por fractura. Pero fue durante ese período de postración
en el que su rutina se vio bruscamente interrumpida, que una parte de ella
comenzó a despertar, a percibir que había más vida dentro de la vida, al tiempo
que se veía privada de una larga lista de obligaciones, usanzas y costumbres. Un
interminable periplo de faenas domésticas cuya premura no le dejaba tiempo para
pensar en otra cosa y que la hacía vivir doblegada con su afán y cuidado puesto
exclusivamente en los demás.
El prolongado período de
convalecencia y rehabilitación la obligaron a dedicar tiempo a sí misma aunque
hacer cosas por y para ella no estuviese en su cuaderno de vida. Las largas
jornadas de reposo la empujaron a la lectura y al cine, un mundo hasta entonces
desconocido e hipnótico que la llevó a
vislumbrar estilos de vida que de repente le parecieron más cercanos y
realizables.
Todos los días nos cruzamos con ella. Su rostro prácticamente oculto por el hiyab, el chador o el burka, su mirada infatigable, cargada con bolsas de la compra, llevando un
niño en brazos, empujando un carrito de bebé atestado de bártulos… Aún son
pocas las que despiertan, las flores que consiguen abrirse, las estrellas que deciden
brillar con luz propia. ¿Quién ha dicho que sea fácil, apropiado o correcto?
Hoy Aisha se pasea deslumbrante por las alfombras rojas de los más importantes festivales de cine, es una exitosa directora, escribe novela, ensayo y poesía e inspira a millones de mujeres que como ella, nunca pensaron que el mundo también estaba hecho para NOSOTRAS.
Hoy Aisha se pasea deslumbrante por las alfombras rojas de los más importantes festivales de cine, es una exitosa directora, escribe novela, ensayo y poesía e inspira a millones de mujeres que como ella, nunca pensaron que el mundo también estaba hecho para NOSOTRAS.