Pero ahora me toca currar, tirarme a la calle, a los leones. Venga, ya queda menos, una vez conseguida la mayoría, todo habrá merecido la pena. Si he llegado hasta aquí es por algo, si cuento con el respaldo de la cúpula, es que vieron en mí un digno sucesor. ¡Hostias!, estás hecho un figura, qué bien te sienta esa blazer. Hoy no llevaré corbata, mi asesor me ha dicho que tengo que dar una imagen fresca, jovial y limpia. Tengo labia, charm, carisma. Soy el César del partido conservador, el triunfador que mi país necesita. Un hombre de mi tiempo, liberal, europeísta, con licenciatura, máster, postgrado en Harvard (que sí, que fueron cuatro días en Aravaca, pero a quién le importa la letra pequeña), y con idiomas, que no se diga. El Obama ibérico, el Macron español. ¿Preparado para estrechar la mano al populacho y dar palmaditas en el hombro? Siuuuuuuuuu!!!
Palmadita por aquí, palmada por allá, el gesto perdonavidas que nunca falla cuando te das un baño de multitudes o sales a desayunar a un bar de barrio. Al inversor lo tomaré por los hombros y lo recibiré con mi sonrisa triunfal, porque el dinero llama al dinero, que se note. Y una tierna cachetada al niño que se acerque a darme un dibujito. ¡Cómo te gustan los niños, mamón! Eso sí, tengo que tener cuidado con las marujas, que te dejan en evidencia en cuanto te descuidas. Como ésa que le quiso vender unos calzoncillos al Sánchez. No son peligrosas ni nada. La culpa la tuvo él, mira que es bobo, cómo se le ocurre ir a un mercadillo de marujas. Una cosa es bajar a los infiernos y otra meterse en el mismísimo purgatorio. En fin, con pasearme por los aledaños de Serrano y visitar una fábrica de cemento será suficiente.
Tendré que llevar un casco protector, lo que me dará ese puntito de cercanía que, junto con mi impecable atuendo, transmitirá una imagen de confianza, insignia de mi partido. Qué agradecido es mezclarse con el vulgo, sentir ese contraste. Porque aún hay clases, oiga. Yo con mi traje impagable y ellos de normal, con sus uniformes grises y grasientos, señal de que levantamos el país codo con codo, ellos abajo y nosotros arriba. Los de manos agrietadas y tiznadas creerán que están acariciando las manos de un bebé, al apretar las mías. ¡Caray, qué contraste! Parece que ya estoy viendo la foto. El futuro presidente en una fábrica de ladrillos rodeado de obreros, maquinaria, polvo, casquería. Y yo sin dejar de sonreír, como en aquella otra foto que me hice con el presidente autonómico de Galicia, parecíamos Starsky y Hutch, menudos dos brazos de mar, podríamos haber pasado por dos putos modelos de Armani. Menos mal que el departamento de imagen estuvo al quite y retocó la fotografía convenientemente, quitando a aquel inoportuno pedigüeño. ¿Quién le mandaría meterse en la foto? En fin, cosas de la imagen. Me verán como un dios cercano, el héroe que seguirá acosándolos a impuestos, jugando a subir y bajar el IRPF, el salario mínimo interprofesional, las pensiones… Que más da, me habrán votado para ello, para dirigir sus intereses. ¡Venga, vamossss! Es tan fácil ganarse al ciudadano de a pie, cuanto peor lo tratas, más te votan y si les robas, mejor que mejor, porque buscarán cualquier excusa para defenderte y justificarte. Será el síndrome de Estocolmo, dicen “esto es el colmo”, pero te vuelven a votar, ja ja ja… Joder, este chascarrillo lo tengo que soltar con unos vinitos cuando quede con Josema. ¡Viva el Rey!
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