MANUEL había colocado todo sobre la cama y con el pelo aún húmedo, decidió enfilarse la camisa que adquirió el día antes en la cuarta planta de un conocido centro comercial. No era de algodón egipcio, pero el impecable planchado al vapor un minuto antes le confería un apresto impecable. Tras abotonársela atolondradamente frente al espejo le dio la impresión de ser un novio recién salido de la ducha o del túnel de lavado. Quería impresionar a Lucía, su compañera de clase desde que era adolescente y fueran pareja aquel año en los juegos de las fiestas patronales del insti. Ganaron la carrera de sacos, el concurso de comer espaguetis y desde entonces no habían vuelto a compartir saco ni tenedor ni nada. Más bien al contrario, a Manuel le tocaría ver cómo Lucía compartiría una tarde sí y otra también algo más que un banco con Roberto, su mejor amigo.
Era la primera vez que MARCOS asistía a un evento similar y vivía los preliminares con la ilusión y la emoción de los ritos iniciáticos. Una candidez que pasaba por ir completamente de estreno y copiar el look del Instagram de Cristiano Ronaldo. Sus compañeros lo llamaban cariñosamente Tarzanito, porque de niño estaba siempre subiéndose a los árboles. Una afición que de mayor trocaría por actividades como la escalada deportiva, el barranquismo o el piragüismo. Estaba muy apegado a su hermana, que vino al mundo veinte años después que él. Ésta lo miraba divertida desde la cama, él le pidió que le acercara el complemento estrella y Martina le entregó con solemnidad la corbata, un trozo de tela prodigioso que veía girar alrededor del cuello de su hermano, transformándolo en un apuesto doncel que ella encontraba encantador e irresistible.