Los dados del destino te proponen historias, pero la tuya al final la escribes tú |
Siempre me pasa lo mismo, no sé qué es mejor, si lograr convencerlo o tirar la toalla a tiempo, porque llego a plantearme si realmente vale la pena ir a algún lado con esa actitud. Y como mi Manolo es de hábitos fijos, me propuso hacer una parada para desayunar en la Cancela Campera, un clásico de nuestras escapadas al que nunca me niego, ya que así tengo excusa para tomarme mi segundo café y una buena viena de manchego. Además, esta fonda tiene esa impronta de la España profunda que me recuerda a mi infancia y a mis padres. Vamos, que entrar es como viajar en el tiempo o como poner Canal Sur, sabes que si te das una vuelta por el minisúper terminas topándote con algún CD de Manolo Escobar, que en paz descanse. Que si su alma tuviera que vivir encadenada entre dos mundos, ésta vagaría eternamente por las FONDAS de carretera de España, colándose con su zalamera sonrisa en las cabinas de los camioneros y en las guanteras de los turismos de los domingueros con sus vacas atestadas de bártulos.
El caso es que me había salido con la mía, había conseguido aparcar mis tacones, salir de mi zona de confort y me dirigía hacia lo salvaje, como diría Amaral. No habíamos recorrido ni veinte kilómetros, que decidimos sacar un mapa de la zona, este era una virguería que daban con el periódico Sur, lo teníamos desde hace no sé cuanto tiempo en el trastero y formaba parte de un coleccionable de rutas en BICI que Manolo coleccionó concienzudamente para darme una sorpresa, ya que yo le había propuesto en reiteradas ocasiones iniciarnos en esta actividad tan sana y recomendable. Como podéis imaginar, nunca se dieron las condiciones propicias para ello, si era invierno, por el frío y la lluvia, en verano, demasiado calor y en primavera, las alergias. Otoño, se nos pasaba entre una cosa y otra. El caso es que lo único que conseguí tras años de insistencia fue esta colección de mapas del periódico Sur debidamente ordenados por orden de dificultad de ruta, a todo color y encuadernados y plegados de modo que el mapa cabía en cualquier bolsillo y al desplegarlo parecía el mismísimo mapa del tesoro. Porque mi Manolo no será aventurero, pero le pierde una colección. Para comprobarlo solo hay que entrar en su 'cuarto de los horrores', como yo lo llamo, donde atesora fetiches semanasanteros, cómics y figuras friki a partes iguales, que conviven con clicks de Playmobil, lo último en tecnología Apple y pinturas de War Hammer, un horror vacui curioso en el que la palabra 'hueco' brilla por su ausencia y el polvo por su omnipresencia. Bueno, el caso es que por fin íbamos a darle un uso real, yo estaba tan ilusionada, que la noche anterior me quedé dormida sobre el susodicho desplegable con mi cara estampada sobre el río Molino y mi nariz apuntando al Cerro de Fulaneja.
Cerré los ojos y saboreé el momento en el que entrábamos en la zona de puerto de montaña y sentí cómo la madre tierra me recibía con los brazos abiertos, acariciándome con su aroma a tierra mojada y sus peñas de piedra caliza, rocas agrestes y testarudas que saben más por viejas que por estar compuestas por cientos de minerales. Según nuestro mapa del tesoro, nos quedaban treinta kilómetros para llegar a la Acequia de Fuentepiedra, un paraje al parecer propicio para hacer un alto en el camino. Y mi mente empezó a llenarse de cascadas de agua cristalina, vegetación autóctona, pinsapos, sabina, comino... y mi Manolo inmortalizándome con mi conjuntito verde caqui y mis gafas de sol de espejo polarizadas. Parecía la ocasión perfecta para estrenar mi cantimplora, una charrería que adquirí en Tiger por la misma época que el coleccionable con el tapón color cobre y estampado camuflaje.
Mas de pronto mi mirada se posó en una sombra lejana, un oscurecimiento súbito del paisaje que crecía a medida que nos adentrábamos. Al principio creímos que era una nube, pero tuve la genial idea de bromear con el asunto y, recordando los testimonios de OVNIS de Cuarto Milenio, dije que podría tratarse de una nave extraterrestre, esas que intersecta la NASA un día sí y otro también y luego se empeñan en ocultar. Mi Manolo agarró el volante con fuerza y pisó con ímpetu el acelerador, cuando nos percatamos de que hacía bastante rato de que no nos cruzábamos con ningún otro vehículo. Era obvio, pero evitábamos hablar de ello por miedo a empeorar el estado de paranoia y pánico inminente en el que estábamos entrando sin comerlo ni beberlo. De repente mi mente empezó a llenarse de casos de encuentros con extraterrestres, abducciones y descripciones de alienígenas de lo más variopintas... Hay que ver, que para una vez que decido fundirme con la naturaleza, van y me abducen. Yo, que miraba el mapa y la misteriosa sombra alternativamente, me di cuenta de que el objeto que la producía estaba en el lugar al que nos dirigíamos, primer hito de nuestra escapada.
Pero ya no podíamos volvernos, pues la carretera de un sentido se había ido estrechando, hasta el punto de que parecía estábamos siendo engullidos por la montaña. Mas llegó el momento en que así fue, subimos los parasoles porque el sol estaba tapado por algo que no sabíamos qué era y formábamos ya parte de la amenazante sombra circular que nos guiaba como Estrella de Belén. Miro el cuentakilómetros y veo que vamos tan solo a 30 Km por hora, le dije a Manolo que acelerara y se me cayó el mapa de las manos cuando me dijo que hacía un buen rato que lo intentaba pero que no había manera, que era como si el coche estuviese sujeto a una fuerza contraria que lo obligaba a desacelerar. Yo entonces me maldije a mí misma por no haberme quedado en mi zona de confort con mis zapatos de tacón y mis bares de tapeo y mis teterías y pensé que me lo tenía bien merecido por tonta y por caprichosa y por haber traído a rastras a mi pobre Manolo, que demasiado bien estaba llevando el viaje y que ahora por mi culpa seguro formaríamos parte de la sección de sucesos o lo que es peor, de la sección de desaparecidos, compartiendo plantel con el niño pintor de Málaga y a saber dios quién más... Ahí fue que mi Manolo, que me conoce metida en un saco, leyó el pánico en mis ojos y no dudó en entrelazar su mano con la mía, llevando ambas a la palanca de cambio. Juntos redujimos a segunda, luego a primera... Nos miramos como si estuviésemos a punto de lanzarnos al vacío… Para cuando el coche se detuvo por completo, estábamos justo debajo del gigantesco objeto. Me murmuró “te quiero” y nos fundimos en un abrazo. Cerré fuertemente los ojos y tras ver pasar mi vida como en una película, decidí interiormente dejarme llevar por el destino, fuese el que fuese… En ese momento Manolo me susurra “abre los ojos, cariño" y una oleada multicolor llenó mis pupilas, un inmenso GLOBO AEROSTÁTICO ondeaba justo delante de nuestro coche y unas ESCALERAS de cuerda me invitaban a subir...
Genial. Simplemente genial.
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