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viernes, 29 de abril de 2022

UN DÍA DE CALIMA


Aquella mañana cuando salió de su casa, agradeció que el ascensor no estuviese ocupado y que en el garaje ningún vecino le obstaculizase la salida. Al perecer, había salido en el momento idóneo. Ojalá las cosas fuesen siempre así, pensó. La calima se había confabulado con la lluvia para pintar de color albero aceras, parques y edificios. De modo que, mientras conducía, tuvo la sensación de que atravesaba el desierto de una ciudad deshabitada, situada en un futuro postnuclear. Pensando esto, se dio cuenta de que ya había llegado a su trabajo, donde una plaza de aparcamiento vacía la esperaba. Redujo a tercera, segunda, primera y a continuación, puso la marcha atrás. El volante se deslizó bajo sus manos como la seda y las ruedas del coche dibujaron una “S” perfecta, momento en que su canción favorita emitía sus últimos acordes en la radio. 

 

Al apearse del vehículo, observó con deleite cómo entre ambos laterales y las líneas del suelo, existía la misma distancia. En la escalinata, un servicial vigilante de seguridad se ofreció para llevarle el maletín y de paso, abrirle y sujetarle la puerta. Al entrar en el ascensor, pareció leerle el pensamiento, retirándose y dejándola sola frente al espejo, donde comprobó que estaba especialmente radiante. El maquillaje se había fundido con su piel en un ivory impecable y el colorete hacía que sus pómulos refulgiesen jugosos e irresistibles. No necesitó retocarse los labios, pues éstos eran los mismos que mordieron la manzana del Paraíso.

 

Al entrar en su oficina, todos la recibieron con una cálida sonrisa, incluido su jefe, que con un afable “buenos días”, le retiró el abrigo, invitándola a su despacho, donde la esperaba un humeante starbuck de su cappuccino favorito. Al tomar asiento, le comunicó que había decidido subirle el sueldo y concederle los viernes como días libres, para que su descanso fuese más largo y reparador, ya que estaba realmente contento con el trabajo que realizaba y muy agradecido por su esfuerzo. 

 

Al salir del despacho, la interceptó Rodrigo, el delegado de compras por el que suspiraban todas las trabajadoras de la empresa. Éste desplegó su sonrisa triangular para hacerle una velada proposición. Estaba impresionado por sus aportaciones a la empresa y deseaba charlar esa misma noche con ella sobre posibles proyectos futuros, en la cervecería donde ponían las cañas más heladas de la ciudad y las tapas más abundantes y exquisitas. 

 

La jornada no pudo transcurrir de manera más amena. Esa mañana no tuvo que gestionar ninguna incidencia, ni vérselas con ningún cliente pesado al otro lado del teléfono. En cambio, cerró un par de jugosos contratos y, en tiempo récord, un presupuesto que normalmente solía tomarle semanas. Fue cerrar el ordenador y recibir una llamada del spa más famoso de su localidad, comunicándole que por participar en no sé qué sorteo, había ganado el primer premio: una sesión Diamond Experience, que incluía masaje a cuatro manos, baño de pétalos, exfoliación con frutas de las Maldivas y el tratamiento más novedoso y exclusivo, una limpieza facial con 'punta de diamante', al parecer, el secreto de belleza de Cleopatra.

 

Y en menos que canta un gallo allí estaba, en la gloria. No en el spa, sino en su cervecería favorita, con un vestido cóctel azul klein, sus estiletos preferidos y un rouge-à-lèvres frambuesa, reinando, dominando la situación y con Rodrigo rendido a sus pies, clavando sus apasionados ojos verde manzana en los suyos. Sobre la mesa no tardaron en poner dos jarras de cerveza escarchadas, un platillo de aceitunas chupadeos (sus preferidas) y una selecta bandeja de quesos. 

 

Dispuestos a brindar, no dudaron en agarrar con ahínco sendas jarras, no fuesen a perder ni un ápice de aquella temperatura polar que las caracterizaba. Pero al contacto con el frío vidrio, todo se desvaneció y se volvió negro, como cuando se apaga la televisión de repente. Ya no estaba Rodrigo, ni las tapas, ni aquellas fabulosas cervezas. Su marido Honorato le había dado un buen codazo en la cama y entre ataques de tos y carraspera, farfulló: “¡Enga y levanta, que tenemos que ir a casa de mi madre y luego al Mercadona! ¡Ah, te recuerdo que no me quedan calzoncillos limpios y que para hoy han anunciado otra vez calima!”.

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