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domingo, 20 de diciembre de 2020

COLOQUIO DE LAS MESAS

—A la mesa y a misa, solo una vez se avisa.

—Ni que lo digas. ¡Cuánto han cambiado las cosas desde Don Antonio, el cura! 

—A mucha mesa, poco testamento. 

—Desde luego. ¡Qué época aquella, la de la posguerra! Una se acostumbra a todo. Ahora no hay respeto por nada ni por nadie. Se han perdido muchos valores. Qué tiempos aquellos en los que no hacía falta llamar a los niños para comer.

—Entre otras razones, porque no había comida. ¿Te acuerdas de aquella primera familia que tuvimos, los que mojaban todos en el mismo huevo? Eso sí, rezos nunca nos faltaron.

—Desde luego, si llegamos a ser mesas de eucaristía, no nos bendicen tanto. Sentarse a la mesa era sagrado, más que eso, un privilegio. Nosotras por lo menos, podemos decir que nunca nos faltó el pan, pero hay otras que no vieron una miga hasta bien entrados los setenta. 

—Y lo bien que nos vestían entonces. ¿Te acuerdas de aquellos manteles bordados a mano? Que le gustaba a Doña Úrsula una mesa bien puesta, las servilletas almidonadas, la cubertería de plata, un buen muletón.

—Ay, no me recuerdes el muletón, con lo que abrigaba y el apresto que daba al mantel. 

—Luego vino la moda de los hules, menuda atrocidad. Nunca practicidad y buen gusto han estado tan reñidas. ¡Qué despropósito!

—Calla, que luego vendrían los manteles de papel.

—Ay, que se lo digan a mi superficie, que la tengo llenita de muescas y arañazos, si parezco un pupitre de párvulos.

—Quién nos iba a decir que terminaríamos aquí, en una residencia estatal. 

—Pues mira, a mucha honra. Que peor es acabar en el rastro de los domingos, ahí a la intemperie, sobre sábanas mugrientas, compartiendo plantel con espantosos objetos usados de procedencia dudosa. 

—Qué le vamos a hacer. Si tuviéramos el rancio abolengo de los muebles victorianos, estaríamos en un museo, en un anticuario o en la casa de una marquesa. 

—¡Ay, qué bien me vendría una manilla de barniz!

—Barniz dices, eso es un lujo solo al alcance de muy pocas. Reza para que nos rasquen las costras y nos limpien de vez en cuando con Pronto jabonoso.

—Desde luego, cuando empezábamos a estar hartas de tanto multiuso, les dan por limpiarnos con lejía, por eso de la desinfección y el Covid. A bien que no nos dan fletes, ¡qué obsesión! 

—Pues reza para que no nos cambien por unas de Ikea. Sí, esas que tienen nombres rarísimos y un éxito increíble. Ya nadie quiere mesas como nosotras.

—Calla, niña. Que nosotras no somos antiguas, somos vintage. Cualquier día viene alguien, se encapricha de nosotras y nos llevan a restaurar.

—¡Ay, dios te oiga! Un lijado profesional, una buena capa de pintura de acabado natural, un buen decapado y una manita de cera o barniz ¡A vivir una segunda juventud se ha dicho!  

—Pues claro que sí, tú confía en mí, que no tengo una pata de tonta. Que mesas como nosotras ya no hay, y la que tuvo, retuvo. 

 

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