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sábado, 12 de diciembre de 2020

SE LLAMABA RITA LEE

Conocí a Rita Lee una madrugada en el Lotchteins. Ella apuraba su último cigarrillo y yo le ofrecí mi pitillera, en un ademán de venderle mi alma. Allí estaban sus ojos azul cobalto, devorados por el humo y una mácula de ausencia, que amenazaba con incendiarlo todo. La lluvia silenciosa trazaba jeroglíficos en los cristales y las trompetas de los músicos disparaban rescoldos de cobre desde el desgastado escenario. Cada rincón de aquel antro apestaba a humo y Jack Daniels, devolviendo el eco martilleante del jazz más genuino, ese que amarillea los recuerdos y excava grutas en el alma. Mientras una raída cortina daba paso a bandejas cargadas con bebidas espirituosas, nosotros decidimos ocupar una de aquellas esquinas inmundas, donde las muescas de otros encuentros garabateaban torpes iniciales con navajas de bolsillo. Yo intentaba impresionarla, dibujando desfiladeros con el hielo de mi vaso y ella trataba de romperme el corazón con su rouge-à-lèvres perfecto sobre la comisura de mis labios. En algún lugar de mi psique revoloteaban mariposas negras, cuando su mano de niña retorcida se posó sobre mi rodilla y mis Martinelli se perdieron bajo el taburete de su risa. Cuando desperté, el antro neoyorquino se había transformado en un bar de churros tejeringos, había salido el sol y un mozo frotaba mi mesa con un spray multiusos. Con malos modales, me empujaron hasta la puerta y en la calle, un empleado de Limasa pasó su escoba sobre mis zapatos. Éstos ya no eran Martinelli. Se llamaba Rita Lee…

2 comentarios:

  1. Como siempre, precioso. Felicidades es un placer leerte. Un abrazo.

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  2. Me encanta el post y como describes el encuentro de 2 enamorados de pelicula. ✌️😍 Un abrazo

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Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...