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domingo, 28 de junio de 2020

CUANDO NOS CRECEN LOS ENANOS

Tenemos un partido de ultraderecha con 52 escaños en el Congreso y la mitad de los españoles pidiendo que la ex de un torero se presente a presidenta de la nación. ¿En qué nos hemos equivocado?
Hemos sido condescendientes con ellos, les hemos dado pábulo, importancia, les hemos puesto un púlpito, sillas en los programas, voz en los debates, les hemos pasado el micrófono, hemos reído sus gracias, hemos hecho un formidable esfuerzo por ver donde no había, alabar lo que no tiene mérito y dar mérito a lo que en realidad es banal, zafio y chabacano. Hemos alimentado al monstruo, le hemos dado de comer cada día, permitiendo que crezca fuerte, ufano, vigoroso. En un alarde de tolerancia sin precedentes, amparándonos en la pluralidad y en la libertad de expresión, hemos alabado y reído sus ocurrencias, sus meteduras de pata, sus salidas de tono, sus equivocaciones.

Ahora los monstruos han crecido, quieren más, exigen más, reclaman lo suyo, lo que le hemos hecho creer que se merecen. Se enfadan, se cabrean, se indignan, se ponen de morros por cualquier cosa y como un basilisco cuando se les lleva la contraria.

¿De qué nos quejamos ahora?

Si se creen lo que no son y se nos suben a la chepa, será porque los hemos aupado nosotros, poniéndolos a nuestro mismo nivel y considerando que su palabra era tan digna y válida como la de cualquiera. Hemos sentado al sapo en la mesa de los príncipes. Hemos sido tan plurales y tan liberales, que en medio de un noticiero -en un alarde de inclusión sin parangón- le hemos dado voz a un torero para que opine de una pandemia y al día siguiente -sin cortarnos un pelo- a Serrat. ¡Olé tus huevos!, que diría el primero. No se puede ser más plural, oiga.

Pero como la ignorancia es borricuda, osada y en el fondo lo que hay es lo que hay: un sapo, llega el día en que, furibundos e hinchados de razón y de indignación, nos exigen que los exhibamos en las mejores alfombras rojas, en los premios Nobel y en la pasarela de Victoria Secret -porque yo lo valgo, oiga-. Es como cuando tus padres te dicen "campeón", vas tú y te lo crees y por ello exiges el mismo reconocimiento y sueldo que Nadal. Sí, el ejemplo será de risa, pero la realidad es para llorar.

Ahora compruebo con amargo estupor cómo algunos profesionales del medio se están dando cuenta de que cometieron un gran error dando cabida en sus programas a individuos que han resultado ser (aunque ya lo eran desde un principio) energúmenos con ideas antiéticas: racistas, xenófobos, homófobos, machistas, misóginos. Estos personajes han estado adoctrinando a nuestros propios hijos desde los platós, desde las conexiones en directo y desde los debates televisivos. Sí, aquí resulta que hay un horario infantil en el que hay que cuidar el vocabulario, el tono y el contenido, pero en cambio, podemos encontrarnos, a cualquier hora, a uno de estos impresentables con un discurso de odio -retrógrado en el mejor de los casos-, soltando borricadas, faltando a la verdad, injuriando y propagando bulos con todo descaro y cinismo.

Algunos como Jorge Javier Vázquez empiezan a darse cuenta del error, pero ya es demasiado tarde. Su discurso fundamentalista ha calado hondo y sigue calando en el poroso entramado social de nuestro país. Sólo tenemos que mirar a E.E.U.U., si a ellos les ha sucedido (tener un sapo como presidente), también puede sucedernos a nosotros. Sienta a un sapo a tu mesa, hazle creer que no es un sapo, que es un gallardo faisán, y terminará creyéndoselo. Pero lo peor no es eso, lo peor es que muchos de los que hay sentados a esa mesa también lo creerán.

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