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sábado, 20 de junio de 2020

ANITA

Científicos de la NASA hallan evidencias de que pueda existir un universo paralelo donde el tiempo va hacia atrás.
Sobre estas líneas, el globo gigante utilizado por los científicos para transportar el dispositivo ANITA por encima de la Antártida.
A Anita le gustaba dominar el tiempo y de pequeña cambiaba la hora de los relojes de su casa, lo que siempre terminaba alterando el orden de la jornada. A mamá no le sonaba la alarma y se quedaba dormida, llegaba tarde al trabajo y ella, al colegio. El resto del día era una sucesión de excusas, pretextos, prisas y decisiones atropelladas. El tiempo podía hacer la vida trepidante, pero su condición flexible también lo hacía expandirse y detenerse en exceso, lo cual podía ser tremendamente aburrido. Anita se hizo toda una experta en manejar aquellos artilugios esféricos, armados con batutas diminutas, perfectamente sincronizadas y de una cadencia imperturbable, sintiéndose inmediatamente subyugada por aquella proeza intangible, dividida en franjas e intervalos; cuantificada en momentos e instantes. 

Por algún acuerdo tácito y universal, éste corría indefectiblemente hacia delante, de modo que era como un presente en perpetua evolución; mientras que su condición unidireccional o de flecha le hacía ser ambicioso y directo. A nivel energético,  su carácter obstinado se veía compensado por su cualidad expansiva o contractiva, según el sentido en que girasen las agujas de las esferas. Pasado-presente-futuro formaban un continuo, tres incógnitas de una misma ecuación que compartían dial con los recuerdos, los deseos, los planes y los sueños imposibles. Cuando su madre le escondía los relojes a Anita, era por algo, pero su idilio con cronos no tenía nada de pasajero. Su vida cambió la Navidad en la que Papá Noel le trajo aquel cronómetro digital, ya que dar cuerda a los relojes siempre le pareció una pérdida de tiempo. Y como nunca es tarde si la dicha es buena, ahora lo tenía a su merced con solo un clic.

Con Anita no iba eso de perder el tiempo o trabajar a contrarreloj, porque tarde o temprano él se encargaba de curarlo todo y de ponerlo todo en su sitio. Para ella, nunca pasaba demasiado deprisa y como en la vida hay tiempo para todo, llegaron los de vino y rosas en los que Anita, en vez de dar tiempo al tiempo, prefería darle cuerda y manejarlo a su antojo. Él cogió fama de calzonazos y ella de ser una mujer adelantada a su tiempo. Él se lo perdonaba todo y ella parecía haber hecho un pacto con su eterno aliado, mientras que a su alrededor la gente común y corriente seguía refugiándose en consignas manidas como el tiempo es oro o cualquier tiempo pasado fue mejor, pensando que con éste y una caña conseguirían lo que se propusiesen. 

Pero Anita conocía su secreta condición: el tiempo era relativo.

Así que un buen día cogió el cronómetro y se marchó a la Antártida, convencida de que su fiel compañero le haría algún tipo de señal. Hasta que un fulgurante día de primavera, observó desde el mismo blancor del hielo, cómo una estela de micropartículas alcanzaba la velocidad de la luz, emprendiendo un camino de vuelta hacia el espacio. Un búmerang lumínico parecía señalar la existencia de otros universos iguales de reales y brillantes, pero opuestos, contrarios e inherentes a la condición dual de la energía, llamada a corregir el juego de fuerzas que permite el equilibrio de los extremos. 

Con el tiempo, Anita se quedó junto al eje de la Tierra, a cien grados bajo cero, en el Heraldo, un templo tallado por las gubias invisibles de las auroras boreales de las noches polares. A cronos le brotaron alas de ángel, a ella, de libélula y juntos emprenden cada día un viaje sin retorno, preñando de infinito lo imposible.

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Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...