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sábado, 13 de junio de 2020

LA BANDERA


No cabe duda, se trata de una bandera. Mírala, es roja y amarilla. Se ve que una vez fue nueva y llevaba un palito para ondearla con la mano. No es tan grande como las que cuelgan en los balcones. Está sucia y raída, es obvio que le han dado mala vida. Tiene pinta de haber sido adquirida en un todo a cien. ¿Dónde si no? Pienso en el posible propietario/a. Quizá no tenía pensado comprarla, pero se la encontró en uno de los pasillos y la cogió por impulso. Puede que estuviese al lado de la caja, junto con un buen puñado de ellas, esperando ser enarbolada por algún improvisado patriota. Debió costar 1 euro. Las cosas que valen a euro parecen estar diciendo “cómprame”. Lo mismo fue un niño que la vio y dijo: “Mira, mamá, la bandera de España. Cómpramela. Vale solo 1 euro”. 

¿Habrá servido al glorioso fin para el que fue fabricada? ¿Sería una de las tantas que vi en aquella foto de calle Larios el 23 de mayo? Puede que ni siquiera le diera tiempo a ser ondeada. Quizá su dueño se la dejó olvidada y el barrendero de turno hizo ademán de meterla en la basura, pero la vio tan nueva, que la dejó sobre el banco. Luego se caería con el viento y habrá estado vagando por la avenida, siendo arrollada por bicicletas, y pisoteada por viandantes.

¿Pensó el propio objeto que terminaría desgastado, raído, descolorido y a merced del viento y la lluvia? Si las banderas hablaran, ¿qué diría? ¿Se mostraría indignada por el trato recibido? Yo pienso que si las banderas tuvieran derechos, ésta tendría razones de sobra para irse derechita a un juzgado de guardia e interponer una denuncia por abandono, maltrato, vejación, violación de sus derechos y uso indebido. “¿Tiene algo que objetar en su defensa?”, le preguntaría el juez. “Yo creía que era grande y libre”, respondería ella.

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