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jueves, 30 de abril de 2020

SABROSO CONFINAMIENTO

Abrió su vida de par en par, aparcando obligaciones, horarios, estrés. Ahora deambulaba por su casa como en una colmena de puertas giratorias y, envuelta en su bata azul, buscaba a tientas la cafetera, las cerillas, el café molido. Un chorro negro y humeante transforma el silencio vespertino en una cascada rebelde y bulliciosa. Se deja acariciar por el vaho sagrado y sus gafas se inundan de una neblina pasajera. Un día igual a otro, era con lo que su butaca y su tostadora habían soñado desde que se les concediera la gracia de convertirse en objetos cotidianos. 

 

La mañana pasa entre posos de café y manchas de aceite sobre el marcapáginas del libro escogido y alguna que otra miga rebelde bajo el pijama. Tostada en mano, logra vencer la inercia frugal del primer capítulo con el ímpetu de aprovechar cada bendito minuto de un tiempo detenido y por primera vez a su merced. Un encierro deliciosamente impuesto, coronado por litros de café, tostadas crujientes, mermelada en la comisura de los labios y el escandaloso rugir del exprimidor asesinando a la vitamina C y acuchillando el silencio matutino con su estampida naranja, llamada a apuntalar el sistema inmunitario. Otro café, otra tostada, otro capítulo. 

 

Isabel María saborea los días, los unta con mantequilla y mermelada, los hornea, los deja reposar, los empapa con torreznos. Sabe que el día está ahí, que le guiña desde el calendario. Hoy recibió esa llamada de su jefe, estaba alterado, le pareció tan lejana, tan estridente. Le habló de clientes, de facturas, de ponerse al día. Colgó el teléfono y volvió a escabullirse en su cocina. Abrió y cerró puertas, hasta encontrar la levadura. Media hora más tarde, había preparado la mise en place de los roscos de huevo de la abuela, una receta para la que siempre tuvo excusas. 

 

Chopin fue el encargado de conducir sus idas y venidas a la masa, que crecía cruda y sigilosa, hasta coger la consistencia deseada. Preludio acunó el sueño de una nieve de harina y Nocturno irrumpió con una aromática y primaveral lluvia de raspaduras de limón. La masa esponjosa, el aceite caliente, una caricia de canela, un adagio de azúcar y unos acordes pasados por huevo batido fueron los encargados de dar forma a aquella tarde detenida, sabrosa, apetecible. ¡Bendito confinamiento!

 

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