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viernes, 14 de febrero de 2020

DECLARACIÓN DE AMOR DESDE UN EDIFICIO EN LLAMAS


S.O.S.
Estoy en la suite nupcial de la planta 15,
esto es el infierno, no puedo respirar,
me he quedado sin voz,
las llamas están detrás de la puerta,
me dispongo a saltar...

El fuego había calcinado ya medio edificio y la estructura amenazaba con derribar pilares y contrafuertes en un estrépito sordo, violento, inmisericorde. Había presenciado otras catástrofes, pero ni la vez en que ardió el monte detrás de su casa era comparable al fragor voraz de un imperativo tan viejo como los tiempos. Tampoco el hormigón armado más duro era capaz de resistir aquellos embistes, aquel clamor, aquella rendición de lo que había sido concebido para ser acogedor, fuerte y resistente. El Hotel Málaga Palacio, buque insignia de la capital del sur de Europa, había sido su lugar de trabajo. Llevar la gestión del personal  desde el departamento de Recursos Humanos había sido su labor durante casi toda una vida. Había escapado de muchas cosas, mas nunca de una llama sobrenatural como aquella, de acero, que se alimentaba de toda suerte de materia, viva o inerte. 

Aturdida por un aire irrespirable, optó por una huida hacia arriba, sin saber si lo que hacía era escapar o adentrarse aún más en las cocinas del averno. Fue consciente de su situación al llegar a una de las últimas estancias de aquel macabro laberinto: estaba encerrada en un fastuoso palacio sin otra compañía que la de un monstruo hambriento. Era una de las mejores suites con vistas al mar de Alborán. En los días despejados, desde la terraza, podían divisarse Ceuta y Melilla, siendo la favorita de los recién casados, que veían la unión del mar con el horizonte como una prolongación de su amor eterno, tranquilo, barajado por olas y rachas de poniente. 

Ahora era ella la que estaba allí, a punto de contraer matrimonio forzoso con la muerte, de dirigirse al olvido con los ojos cerrados, llena de un amor incombustible. Y supo que en la vida no había nada más urgente que amar, que vencer el miedo y saltar sin red. Ella lo haría cuando viniera el monstruo, cuando lo tuviera frente a frente. Sus hijos la buscarían en la lluvia, en el polvo de los muebles y en la barriga de los bebés que no pueden dormir. Su marido se hará mil preguntas y durante un tiempo se sentirá culpable, pero al final rehará su vida. Ella se convertirá en esa mano invisible, ese temblor en la retina, ese abrazo maldito que redime, y se proyectará en el recuerdo como un espectro sepia y acartonado, habitando los marcos en la penumbra de los días sin sol. 

Un trozo de papel y un bolígrafo se hicieron visibles y pensó que alguien le había enviado aquel conducto para hablar directamente con el alma. Esperando al monstruo y su destino, cambió las iniciales de su nombre por signos invertidos y hundió la tinta en aquel trozo de esperanza:

Quiero decirte que te quiero desde el primer momento en que te vi. Que pusiste música a mis días con tus pausas y tus silencios, arrojándome a un volcán enfurecido. Que me crecieron alas por tu culpa y que desde entonces soy un ángel caído que perece en los infiernos. Que tu presencia ha enlentecido mi vida y tu sonrisa ha detenido mi tiempo, que los relojes se paraban cuando estaba contigo y un mar de lava recorría mi cuerpo cuando nuestras voces se cruzaban en el aire. Que desde que te conozco he vivido en una cárcel de lujuria y de locura y que cuando cierro los ojos me abraso con el tremor de tus caricias. Que adoro tu compañía y la forma en que me dices “hasta luego”, que me vuelven loca tus manías, ese deje tan tuyo cuando hablas y la forma aterciopelada con la que pronuncias mi nombre. Y aunque este trozo de papel perezca hoy conmigo en la batalla, he querido que este poema imposible sea lo último que me arranque del alma, que esta declaración sea lo último que realice con mis manos, que esta confesión, este nudo secreto que tú y yo formamos, sea lo último que se destruya…

S.M.
              
             

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