Vistas de página en total

viernes, 20 de abril de 2018

PONTE GORDA, CARIÑO


De siempre he observado en los hombres la tendencia de agasajar con dulces, chocolates y golosinas a las mujeres. "Alimentos" que miman el paladar, produciendo un placer momentáneo. Un proceder que a simple vista, nos puede parecer anodino, ñoño o trasnochado, pero que siempre vuelve o más bien, habría que decir que nunca ha terminado de irse, pues siempre hay spots publicitarios que nos animan a "caer en la tentación". 
    
Pero ¿qué hay realmente detrás del acto de regalar azúcar a una mujer? -la estadística del caso inverso es prácticamente irrelevante-. ¿Es lo que llaman un regalo envenenado? Pues de entrada, yo diría que es innecesario. Porque ¿quién ha dicho que necesitemos que venga un hombre a regalarnos nada? Si lo que tendrían que hacer es participar en las tareas domésticas, colaborar en la crianza y educación de los hijos y contribuir a equiparar nuestros salarios a los de ellos. Pero es mucho más fácil hacerse con una cajita de Ferreros Rocher encantadoramente diseñada y empaquetada para crear la falsa ilusión de que es eso, un regalo. Un obsequio que te mereces por ser mujer: por plancharle las camisas, por tenerle la casa limpia y ordenada, por ser la que más briega con los niños y por tener tanta paciencia con él -ya que nadie mejor que tú comprende lo importante que es para él su trabajo-.

Partiendo de que es innecesario, existe además un trasfondo no menos inquietante. ¿Quién te dice que detrás de este dadivoso acto no se esconde un mecanismo de control y de sometimiento? ¿No es verdad que los azúcares rápidos producen vertiginosos picos de insulina, acompañados de desenfrenadas bajadas, que desembocan en períodos de estrés, produciéndonos un hambre voraz e insana, que nos lleva al sobrepeso, a la pérdida de autoestima y haciendo que perdamos atractivo de cara a los demás varones ? Admitámoslo, es un círculo vicioso nocivo para nosotras y absolutamente ventajoso para ellos. Mientras él adopta el rol de 'donador' o proveedor (el macho alfa que te alimenta y el que trae el pan a casa), tú te sientes agradecida y afortunada (y haces alarde de ello contándolo a tus amigas, que atosigarán a sus parejas para que hagan lo mismo), cuando en realidad no han hecho más que comprarte con una pócima engañosa y para qué negarlo, barata. Cuando lo que realmente te han regalado es un rol pasivo, minando al mismo tiempo tu capacidad de autocontrol, de por sí tocada por vivir continuamente en la desventaja y el abuso. Un rol que se circunscribe al hogar familiar, repleto de tareas domésticas que no cotizan ni sirven para tu currículum. Un rol socialmente aceptado, perpetuado y teatralizado por la costumbre y por gestos como el de 'regalar dulce a una mujer', que seguimos viendo por doquier, en el cine, en la televisión, en la publicidad, etc.

¿Qué mujer no tiene normalizado que los camareros se dirijan a ella a la hora de anunciar el postre? Como si fuésemos capaces de matar a alguien por un trozo de tarta o un par de onzas de chocolate. ¡Menuda fama de golosonas que tenemos! Y lo tenemos tan interiorizado, nos sabemos tan bien la lección, que somos nosotras mismas las que hacemos alarde de ello, delatando a la que no lo hace y cayendo en falacias como "de vez en cuando hay que darse un caprichito" o "toma, para que te endulces la vida".

San Valentín, tu santo, el día de tu onomástica, tu aniversario o Navidad. Cualquier ocasión es buena para que tu pareja te agasaje con alguna golosina ultraprocesada, rica en azúcares refinados y calorías vacías. O con esas onzas de chocolate, burlonamente en forma de corazón, que saborearás transida de placer, abandonándote y anestesiándote para no pensar en aquel trabajo que dejaste, en aquella promoción que no aceptaste, en esa carrera que no terminaste o en ese proyecto que dejaste pasar porque tenías otras prioridades. La única esperanza que te queda son tus retoños. Que sean ellos quienes lo consigan por ti, que sean ellos los encargados de cumplir los sueños que te dejaste por el camino, que sean ellos los que aprendan idiomas, estudien en el extranjero, aprendan a tocar un instrumento o vayan a ese casting. Harás todo cuanto esté de tu parte para que suceda y mientras tanto, seguirás dopándote con calorías vacías, eso sí, en forma de corazón.


1 comentario:

  1. Me he "jartao" de reir por no llorar. Qué bueno. Va increchendo
    Y el final es estupendo. Sí señó, sí señó...

    ResponderEliminar

EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...