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viernes, 5 de agosto de 2022

UN PLÁCIDO DÍA DE PLAYA

Es domingo y la familia García se dispone a echar un fabuloso día de playa. 
—Mamá, ¿puedo llevarme el spinner?
—¿Qué vas a hacer con el spinner en la playa? Si en la arena no gira.
—¿Y mi barco de Lego?
—Cómo vas a llevarte el barco de Lego, para que se te estropee o pierdas alguna pieza.
—¿Le pregunto a papá?
—Haz lo que quieras. 
Zanja la madre, al tiempo que organiza las fiambreras dentro de una bolsa de playa tamaño XL y se cerciora de que no falta nada. La ensalada de pasta, los filetes empanados, la media sandía, el tinto de verano de Roberto, el puro habano de después de comer, guardado en su funda, y un buen trozo de su bizcocho preferido. Rosa no recuerda cuántos años lleva haciéndole el mismo bizcocho, cada vez que van a la playa. Ni acordarse quiere de aquel día en que se le olvidó en la nevera y tuvieron que volverse desde Chilches. A Roberto le gustaba tanto, que si le faltaba algún ingrediente, lo notaba enseguida. 
 
Agosto lanzaba toda su artillería con días de terral, bochorno y temperaturas que hacían temblar el mercurio. Qué mejor que un día de playa para que los niños se esparzan y disfruten.
—Mamá, Pablito no me deja.
—Pablito, deja a tu hermana y ve a ponerte el bañador, que te lo he puesto encima de la cama. Y tú, ¿qué haces todavía con el pijama puesto?
—Es que mis amigas no me dejan, nada más hacen mandarme Wasaps. Por cierto, ¿se puede venir Claudia? Es que me ha dicho que sus padres se van a una barbacoa y ella allí se aburre. 
—Tú sabes que por mí, sí. Tendrás que convencer a tu padre, ya sabes lo que opina al respecto.
—Sí, que nuestro coche no es el autobús escolar y nosotros no somos una ONG.
En el garaje de casa, Roberto pone a punto su Volkswagen Golf y para ello, no duda en rodearlo una y otra vez, cerciorándose de que los espejos están bien alineados, las ruedas tienen la presión correcta y la superficie del salpicadero está despejada y reluciente.
—Papá, que dice mamá que no puedo llevarme mi barco de Lego. Me ha dicho que te pregunte.
—Para tonterías estoy yo, para un día libre que tengo. Anda, dile a la chochona de tu madre que en veinte minutos salimos. Y el que no esté metido en el coche, aquí se queda. No estoy dispuesto a comerme la caravana de domingueros.
Robertito entiende que es un sí y va a por su barco de Lego, para meterlo en una bolsa.
Es ahora Marina la que entra en el garaje.
—¿No me vais a dejar ni un rato tranquilo, eh?
—Papá, ¿se puede venir Claudia? Mamá me ha dicho que sí.
—Ya estamos. Ya sabía yo que me ibais a dar el domingo. Claro, a tu madre le da igual uno más que uno menos, como ella no tiene que conducir y le importa un pimiento que me llenen el coche de arena. 
—¿Se viene entonces?
—Corre y veme al quiosco a por un paquete de cigarros y procura que no te engañen con la vuelta.
Cuando faltan cinco minutos para salir, Rosa pega en la puerta del baño.
—Marina, ¿has visto la hora que es? Ya sabes cómo se pone papá, acuérdate de la última vez.
—Estoy depilándome, ya termino.
Rosa se detiene un breve instante en el espejo del pasillo, se desabrocha el botón superior del vestido y acaricia con su mano derecha unos moretones que amenazan con rozarle el cuello. Luego se lo vuelve a abrochar. Entre tanto, su hija sale del baño. 
—Mamá, te vas a asar con ese vestido. ¿Hoy tampoco te vas a bañar?
—Ya sabes lo mal que me pongo con la regla.
—Siempre dices lo mismo. Pues que sepas que todas las madres de mis amigas se bañan menos tú.
Cuando dan las diez, están todos en el coche, menos Roberto, que está cerrando la puerta del garaje.
—Mamá, ¿has echado mi pelota azul?
Pregunta Pablito, de repente.
—No sé, pero reza para que no pillemos caravana.
 
 
 
 

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