Vistas de página en total

sábado, 13 de agosto de 2022

MI ESPOSA ES LA TUYA



—¡Qué pasa, maestro! ¿Cómo estamos?
—No tan bien como tú, Bertín. 
—Ya me he enterao de que te estás separando de la parienta. Qué mal está la cosa, macho.
—Corren malos tiempos. Las mujeres ya no son como antes. 
—Que me lo digan a mí. 
—Es que no entiendo qué les pasa.
—Eso es cosa del feminismo, hazme caso. Antes, cuando una mujer se casaba, aguantaba carros y carretas. Ahora, solo quieren independencia, entrar y salir. Hacen lo que les da la gana.
—Bertín, que mi Ana María trabajaba en una frutería. Que fui yo quien la sacó de allí y me la llevé a la mismísima Moraleja. Le monté un taller de costura en el sótano de mi casa y le hice un churumbel en la primera arremetía.
—¡Joe, Jose, estás hecho un fenómeno!
—Gracias, hombre, pero yo te digo que la culpa la tiene la televisión. Primero, me la engatusaron para ir a Supervivientes y luego no ha habido quién la parase. Que si entrevistas, que si exclusivas, que si posados…
—Eso es verdad, cuando lo prueban, ya no quieren otra cosa. Son capaces de llevarse por delante lo que haga falta, niños, matrimonio, familia… 
—Y tú, que tuviste que cruzar el charco, Bertín.
—Digo, a la mismísima Venezuela fui a por mi Fabiola. Cucha, que allí las tías están deseando pillar a un tío como nosotros. A un señó como dios manda, español, con una buena cartera, con posición, con apellidos. Pero entre tú y yo, Jose. Yo, lo de la tuya, no me lo esperaba, con lo callaíta y prudente que parecía, que no decía esta boca es mía. Cuando la veía en la tele metiendo las bolsas de la compra en el coche o visitándote en la cárcel, pensaba, qué suerte ha tenío el Ortega, que ha encontrado una mujer de su casa como las que ya no quedan. 
—Pues ahora está todos los día en la peluquería pintándose el pelo y soliviantá con la tele. 
—Mira, Jose, yo he llegado a la conclusión de que son unas desagradecías todas y que en cuanto se acostumbran a lo bueno y a las comodidades, nosotros ya pasamos a un segundo plano.
—Que me lo digan a mí, Bertín, que la tengo todos los días aireando los trapos sucios. 
—Cucha, que como les des independencia, es peor.
—Ni que lo digas, tendríamos que habernos quedado en la finca.
—No te creas. Mira la Vicki del Cordobés. Que yo la quiero mucho, pero no le gusta que la aten en corto.
—Sí, pero mira como con la segunda, ya ha tenido más cuidado, a Venezuela que se fue a por ella también.
—Entre tú y yo. ¿Tú sabes por qué Virginia no ha dao la espantá?
—Ni idea, dime.
—Porque no la deja ni a sol ni a sombra, como te lo digo. Que Manuel parece un tío mu paraíto, pero los tiene bien puestos. Yo estoy seguro de que a ella se le antoja ir a algún sitio, y él le dice: muy bien, pero yo voy contigo. ¿Tú los has visto?, si parecen siameses.
—Pues eso tampoco, Bertín.
—A mí tampoco me va eso. Yo necesito espacio y tiempo para mí. Entrar, salir, esparcirme, correrme mis juergas, un jijí, un jajá…
—¡Aro, Bertín, aro!
—Y llegar a mi casa, abrir la puerta de la cocina y encontrármela con su delantalito, el pusherito recién hecho, con su limoncito y con la cushara palo, dándome a probar a ver cómo está de sal.
—No me hagas emocionarme, Bertín. Eso ya se está perdiendo.
—Cucha, perdiendo dice. ¡Que se ha perdío, coño! Tome un pañuelo.
—¿Dónde hay una mujer así?
—Descuide, que si la encuentro, no se la pienso presentar. A la cola, que conozco a unos cuantos que están igual que nosotros y ya da igual que seas torero o de alta alcurnia. Al principio, todo muy bien, pero una vez que te trincan, se quitan la careta y se ponen desatás. 
—Es que tú y yo somos hombres de otro tiempo, Bertín. Y se están perdiendo las buenas costumbres. Que un hombre maduro no tenga derecho a una hembra con la piel tersa, dispuesta a dar la vida por él, a dejarlo todo y a darle una segunda juventud, con una segunda o una tercera prole, si es preciso. Que tú y yo somos dos peasos de señores. 
—Y de sementales, Jose, no lo olvides. Pero no se puede tener todo hoy en día. Una cosa es la carne fresca y otra, pretender tener a la hembra encerrá en la finca, con lo que les gusta salir, tener su trabajito… Se avecinan tiempos duros, Jose. Y esto es solo el principio.
—A mí es que no me dejan, ni siquiera, tener una doble vida. Antes, la prensa rosa se aliaba contigo. Tú tenías tus cositas fuera del matrimonio, pero no tenía por qué saberse, te hacías tus posaditos familiares y todos contentos. Ahora, se tiene que saber todo, coño. Y encima, queda uno mal.
—Tienes toda la razón, maestro. Antes, la prensa hacía la vista gorda. 
—Mira, Bertín, mi Rocío, que Dios la tenga en su gloria, aunque muy jaquetona ella, era una mujer chapada a la antigua y la primera interesada en guardar las apariencias. Un matrimonio con solera: yo, torero, y ella, tonadillera.
—Mira, no te tomes a mal lo que te voy a decir, pero yo pienso que la docuserie de Rociíto fue la que abrió la caja de los truenos.
—Ni que lo digas, Bertín. Yo no quise ni verla, pero mi parienta se la vio entera.
—Ahí lo tienes.
—Ay, Bertín, no sé qué voy a hacer.
—Por lo pronto, abrir otra botella, que el vino tinto y la mujer, caliente se han de beber.
—Sí, pero a mí, el vino y las mujeres me dan más pésames que placeres.
—Es que vino y moza por casar, no son fácil de guardar.
—Desde luego, mercancía peligrosa: vino, caballo y esposa.
—Salud.
—Y fuerza en la cañadú.
—Tú sí que sabes, Bertín.


1 comentario:

NO-REALIDAD

La realidad es atravesada cada día   por un tren de indiferencia  y una cascada incesante  de anuncios publicitarios.  La realidad ya no es ...