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sábado, 15 de junio de 2019

LA GRAMÁTICA

Me fijé en ella porque era la primera de la clase y me cautivó desde la primera vez que la vi allí sentada. Erguida en su pupitre, sacaba punta al lápiz y no dudaba en borrar, tachar y corregir concienzudamente todo cuanto caía en sus manos. Ese es su lado más enternecedor y su oficio menos remunerado.
   De su mano he viajado al interior de las palabras, donde se forjan los hilos que dan forma al pensamiento, a nuestros deseos, a nuestros miedos y a nuestros sueños. Su luz analítica perfora el caos comunicativo, despejando la abigarrada colmena semántica en la que se materializa nuestra necesidad de expresar lo que sentimos y lo que pensamos. Una necesidad primigenia e intuitiva que, como diamante en bruto que sacamos de las entrañas de la razón, necesita esa mente preclara que la convierta en la mejor versión de sí misma. Su academicismo ha creado escuela en todas las artes porque ella sabe ser persistente, rigurosa y sistemática. Me hace la vida más fácil, ya que busca la simplicidad genuina, que reduce a patrones que se multiplican hasta el infinito. Es perfeccionista, maniática, regañona y su pundonor a veces me exaspera. Pero somos el matrimonio perfecto, ya que nos complementamos. Me ha enseñado el valor de la disciplina, a ser humilde, relativizar y ver las cosas desde diferentes enfoques y perspectivas. Con su verdad he aporreado puertas, me he pateado librerías, bibliotecas y me he pasado noches enteras sin dormir. Hoy gracias a ella tengo un oficio y me relaciono con gente maravillosa, que de otra forma nunca habría conocido.

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