Vistas de página en total

lunes, 12 de noviembre de 2018

VAMOS A CONTAR MENTIRAS, TRALARÁ...

Dedico esta entrada a todas las compañeras de trabajo que he tenido, porque recibimos el dardo de la falacia pero nunca nos la creímos. Entre nosotras siempre hubo solidaridad, complicidad y mucho pero que mucho humor...
Escena de "Sexo en Nueva York", una de mis series preferidas

Hay frases que dan la vuelta al mundo, citas célebres que pasan a la historia, expresiones, refranes y dichos de todas las épocas que nos han llegado de la mano de filósofos, científicos, artistas, etc. La tradición greco-romana, la religión y productos culturales como la literatura o el cine se han encargado de divulgarlas y perpetuarlas, formando parte de nuestro ideario colectivo. Las hacemos nuestras porque no son de nadie y de todos al mismo tiempo.

Pero, ¿qué hay de las falacias, de las mamarrachadas que la gente suelta a diestro y siniestro para salir del paso, para pasar desapercibido, para quedar bien, para ser aceptado por una sociedad que señala con el dedo al que osa ir a contracorriente? No oímos más que sandeces, mentiras revestidas de apariencia, idioteces que todos repetimos como autómatas, incluida esa exitosa actriz de cine, ese cotizado deportista o ese presentador de moda. Los medios las difunden, los necios las hacen suyas y todos sin excepción hemos sucumbido alguna vez a su magnetismo, llevados por la inercia de una sociedad que crea, alimenta y fagotiza consignas, estereotipos y estilos de vida que lejos de pertenecernos, nos reducen y alejan de nuestra verdadera esencia.

Algunas parecen inocentes, como "no hay novia fea" o "no hay bebé feo", pero no lo son. Aunque parezcan desfasadas, aún hay quien se las cree. Luego están las que hacen alusión a la maternidad, gozan de una aceptación incuestionable y dan cuenta del culto a la procreación que hay en los países occidentales, que tiene su origen en la religión católica ("creced y multiplicaos"), así como en el sistema capitalista (alguien tiene que pagar nuestras pensiones), y del que las clases conservadoras siempre han hecho gala: "El sueño de toda mujer es ser madre", "los niños son la alegría de una casa" o "los hijos dan muchas satisfacciones" son consignas seguras, vigentes y sólidas, reflejo de una sociedad niñocéntrica, cuyo tenebroso reverso es (aún hoy en día) una mujer arrinconada y frustrada, con un rol y una vida que no le pertenecen.

Las que se refieren a la mujer son de una virulencia extraordinaria y han hecho un daño inmensurable. Expresiones como "las mujeres somos envidiosas entre nosotras", "me llevo mejor con los chicos que con las chicas", etc. El caso es que nosotras somos complicadas, difíciles, caprichosas… ¡Uf, qué chungo! Mientras que ellos son nobles, simples, malotes o incluso canallas… Lo cual mola mucho, oiga.

Prejuicios como éstos HAN CONSEGUIDO LASTRAR EL AVANCE DE LA MUJER, boicoteando de antemano cualquier posibilidad de apoyo, colaboración o camaradería entre nosotras. Creedme, es repugnante ver en los entornos laborales cómo los hombres sacan ventaja de estas falacias, azuzándonos como si fuésemos gallos de pelea. Por desgracia, son todavía muchas las que terminan entrando al trapo. Sucede en las empresas, en los colegios, en los institutos, en las universidades, en el deporte, en el cine, en la televisión...

La falacia no es más que un prejuicio, un VENENO que está ahí fuera. Si te la crees, ya estás inoculad@.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...