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viernes, 2 de noviembre de 2018

MATANDO A CLAUDIA

Contempló una vez más la tarima donde se había pasado media parte de su vida. Sus días y sus noches habían estado impregnados del olor a magnesio y sus músculos respondían al unísono describiendo un arco perfecto. La punta de sus dedos eran líneas de fuga cada vez que caminaba de puntillas y el empeine se rizaba con gracia y facilidad al contacto con el suelo. Claudia representaba el triunfo de la disciplina, la constancia y el sueño y la esperanza para los veintiún mil habitantes de un pueblecito transalpino, famoso por su paisaje inmaculado la totalidad del año. No recuerda que nadie jamás le preguntara qué quería ser de mayor o si realmente le gustaba subirse a unas anillas, saltar sobre un potro o dar piruetas y cabriolas casi imposibles cada día de su vida. Pero ya no importaba, había disparado el gatillo del pánico tantas veces, que de repente se dio cuenta de que tenía automatizado cada movimiento y aprendidas las trampas, las excusas y las mentiras que se decía a sí misma cada vez que fantaseaba con llevar a término su acción. Con gabardina y gafas oscuras cruzó el paso de peatones que desembocaba en la estación del tren que la llevaría hasta el mismo centro de la ciudad donde, en un viejo edificio cubierto por graffitis, se abandonaría al deleite de bucear en ella misma con la ayuda de las palabras, las únicas que sabían quién era en realidad. Don Manuel la esperaba de pie junto al encerado y sobre su vetusto escritorio, una pluma estilográfica japonesa de acero inoxidable.


1 comentario:

  1. Wow!!!, me ha encantado, que gran descripción de acontecimientos, digno de el comienzo de una interesante novela... Se espera continuidad... ;-)

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EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...