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martes, 31 de julio de 2018

VUELO JK5022

Dedico este relato a mi compañera de Taller y amiga Marisú, porque no existe la casualidad de vivir y porque el cielo nunca será lo suficientemente azul para ti y tu hijo.

Entró en el avión y buscó su asiento con la paciente disposición del que tiene la certeza de coger el vuelo de su vida. Puerta de embarque E08, clase turista, asiento 14Z. Y un flash le trajo el recuerdo de su nacimiento. Sabía que había venido a un mundo envenenado y que la vida le depararía retos a los que le iba a ser imposible resistirse. Colocó su mochila en el compartimento superior y se abrochó el cinturón. El despegue fue suave y en cuestión de segundos sus pupilas se inundaron de nubes dispuestas a acunarlo en el sueño. 

Mateo siempre supo que su madre lo acompañaba en sus desesperadas decisiones, lo sabía porque no era como las demás madres, al igual que él tampoco era como los demás hijos. Llevaba una etiqueta mucho más visible e importante que su propio nombre, nacionalidad, talento o profesión. Comenzaba por la palabra ‘síndrome’ y estaba tipificada con un patronímico anglosajón. Un sobrenombre que le había arrebatado tantas cosas… Mateo nunca entendió que cualquier desconocido con un título universitario dijese saber más de su propia persona que él mismo.

Un estrépito hizo que la bandeja de su acompañante emitiese un chasquido y que del compartimento superior saliese disparada una mascarilla de oxígeno. Definitivamente la vida estaba llena de paradojas, él mismo reencarnaba el enigma inapelable de existir y la aventura y desventura de una vida deformada por la lupa grotesca de una sociedad ciega, incapaz de apreciar la belleza. Mateo no dudó en ayudar a poner la mascarilla a su acompañante, un hombre con traje y corbata que, preso del pánico, no hacía más que balbucear “vamos a morir”. A continuación, permaneció atento a los acontecimientos, como cuando de pequeño sus padres discutían. Las disputas lo abrumaban, lo hacían estar ausente, su mundo sutil nada tenía que ver con las estridencias banales. Su amorosa madre siempre lo supo, a ella le tocó la agotadora y febril tarea de debatirse entre dos mundos, llevar una doble vida, vivir con doble personalidad.

Fue el comandante quien comunicó, a través de los altavoces, que iban a llevar a cabo una maniobra de aterrizaje forzoso. A Mateo nunca le dio miedo volar y los momentos de peligro eran para él los instantes en los que más cerca se sentía de las personas. El pequeño Mateo brillaba en los momentos de crisis, que él consideraba de gran lucidez humana. Era en las situaciones extremas que lograba conectar con sus semejantes, de igual a igual, sin prejuicios, momento que aprovechaba para emplearse a fondo y auxiliar a los demás.

Las nubes se apelotonaron alrededor de la aeronave, un estruendo incendió el aire y cientos de objetos volaron sobre sus cabezas. Sintió el rugido del mar, la caricia de la tormenta y un alud de lava silenciosa lo succionó justo antes de visualizar una vez más la doliente sonrisa de su madre. Por fin formaba parte del todo.



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