Este poema habla de los verdugos, que el sistema ampara y protege.
El hombre de la carpeta
lleva sombra en los bolsillos,
rencor en el corazón
y ego en el dobladillo.
Amigo del brillo fácil,
henchido de abogacía
y de oficio inexistente,
viene y va a comisaría.
Gran paseador de folios
tan vacíos e impolutos,
competente en la calumnia,
pequeño, débil, astuto,
frecuentador de juzgados,
en virtudes diminuto.
Sin alma ni vocación,
por su garganta camina
una serpiente de cieno,
por su boca un tiburón
que solo expulsa veneno.
Torturador consumado,
mafioso de la moral,
hábil en la treta fácil
y en vender a los demás.
Oficiador de montajes,
veterano en difamar,
gran llorador y cobarde,
perito en martirizar
y cobrador de exclusivas
donde goza el humillar
y machacar sin recato
con saña y rapacidad.
Impío, ruin, retaco,
envarado en la codicia
y en el rédito barato,
amparado en la justicia
y en el periodismo beato.
Poco hombre y mucho folio
tan blancos como la tiza,
tan vanos como su odio,
su mezquindad e impudicia.
Intrépido en la mentira,
utilizador de hijos,
martirizador de madres
y en llamarse sin recato
algo que le viene grande
compuesto por cinco letras
con un cheque por delante.
Si algún día se lo encuentra
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