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viernes, 13 de agosto de 2021

GUSTO CON SARNA NO PICA

Crecí creyendo que debía vestirme de rosa y jugar con cocinitas y muñecas

 

Me enseñaron a coser, a bordar, a hacer punto, crochet, vainica. Labores muy meritorias con las que no podría ganarme la vida. Desde muy pequeña, me educaron para agradar y servir, instándome a ser prudente, discreta, dócil. Pero sobre todo, a ser útil en el hogar.


Era aún menor, cuando me matricularon en la Universidad de la limpieza, donde debía sacar la mejor nota en dejar las superficies brillantes, los quemadores relucientes y las camas sin la más mínima arruga. Mis asignaturas eran lavar, fregar y desinfectar. Al principio, hacer la colada se me resistió y en más de una ocasión me quedó para septiembre. Limpiar sobre limpio y adecentar lo que la suegra no ve, eran algunas de las consignas de esta rigurosa y nada prestigiosa Facultad, donde también me instaron a no esperar demasiado de mí misma y a no tener otras aspiraciones que el ganarme una impecable reputación: si decían que era muy 'apañada', significaba que estaba en el buen camino.


La carrera no fue nada fácil, pues cualquier tropiezo echaba por tierra mi fama de muchacha hacendosa, lo que suponía volver a la casilla inicial. Repetí muchas veces curso y fui sancionada y reprendida tantas veces como tiras tiene el mocho de mi fregona, ya que siempre había alguna estantería con polvo, un espejo empañado o un vaso mal enjuagado. "¡Que el estropajo no muerde!", me apremiaban cuando me veían desfallecer. 


No era propio de una muchacha como dios manda, hacer valer su opinión, eso sólo lo hacían las descaradas, las que naufragaban en el mar del desprecio, la deshonra y la vergüenza. A cambio, debía sentirme satisfecha por tener la casa limpia y recogida, vestir acorde con mi condición, dejarme fusilar por los piropos y encontrar novio en tiempo récord, no fuera a quedarme solterona o para vestir santos. 


Tras pasar por el altar, debía buscar un hijo en menos que canta un gallo (si lograba encargarlo durante la luna de miel, mejor que mejor), no se me fuese a pasar el arroz y luego me arrepintiese de no haberlo tenido. Además, como los niños son la alegría de una casa y dan tantas satisfacciones, no era cuestión de perderse todo ese alborozo. Pasada la cuarentena, debía ir a por la parejita, más que todo, para que el primogénito no se quedase solo. Luego, podría permitirme el lujo de ir a por el tercero, pues nunca se sabe, formando parte de la categoría 'familia numerosa', un sueño solo al alcance de unas cuantas afortunadas. Porque una propone, pero solo Dios dispone.


Recién casada, mis únicos desvelos consistían en recibir a mi marido a mesa puesta, la vajilla de mi suegra bien colocada y el mantel (bordado primorosamente con nuestras iniciales), bien planchado y sin una sola mancha. A continuación, me sentaba a esperar el veredicto de punto de sal, con las manos en el regazo. El pobre venía tan cansado del trabajo, que no tenía ni fuerzas para contestarme y se limitaba a balbucear entre mascullidos. Así que terminé volviéndome una experta en leer los movimientos de su mandíbula. Verlo engullir casi sin masticar, ratificaba mi trabajo bien hecho y el punto de sal perfecto. Salvo con la paella, era imposible hacerla como la de mi suegra. 


Mis desvelos se multiplicarían por mil conforme mis retoños fueron viniendo al mundo. Mi casa no volvió a estar tan limpia como antes y esperar el veredicto del punto de sal dejó de estar entre mis prioridades. Los niños crecieron a la velocidad del rayo, estudiaron idiomas, se sacaron una carrera, se emanciparon y encontraron un trabajo estable. Mientras que yo, a pesar de las noches sin dormir y de las interminables jornadas, de no saber lo que es una siesta ni unas vacaciones; a pesar de los desvelos, de las idas y venidas al pediatra, al logopeda, al dentista, los deberes, las academias, las actividades extraescolares… Tras renunciar a mis propias aspiraciones y haber desatendido mi vida conyugal, descuidado mi físico, tener celulitis hasta en las cejas y un cansancio acumulado que me ha acarreado insomnio, ansiedad y fatiga crónica. Todavía, me veo en el deber de decir que me siento realizada, que gusto con sarna no pica y que ser madre es lo mejor que me ha pasado en la vida.

2 comentarios:

  1. Sarna con gusto no pica pero mortifica. Di no a ser una mujer mártir del hogar y la limpieza. Impecable post Susana, un abrazo.

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  2. ¡Chapeau,Susana! Reflejas una realidad universal.

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