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sábado, 24 de julio de 2021

LA CITA DE ELENA


Cuando puso el pie en el acelerador, sabía que se dirigía a la cita de su vida. Llevaba sus pendientes preferidos y aquellas cuñas de esparto color cámel, que guardaba para una ocasión especial. Borgoña en los labios y un toque de rímel daban la chispa a un atuendo sencillo a la par que semicasual. 

A Elena no le gustaban las citas a ciegas, pero ésta tenía la impronta de las cosas que suceden por mediación divina. Aquélla resplandecía como un arcoíris esponjoso en medio de un páramo solitario. Hacía dos años que había enviudado de forma repentina. Su compañero de vida dejó de serlo la misma noche lluviosa en que decidió pasarse el límite de velocidad en una curva algo más cerrada de la cuenta. La incredulidad hizo que el primer año se le escurriese como un pez entre los dedos, dando paso a una autocompasión aciaga y pegajosa, que la asediaba y perseguía como una maldición, en forma de niebla fina, persistente. 
 
Vendrían más días de lluvia y noches sin luna, en los que Elena rememoraba, sin quererlo, aquel volantazo en seco del destino. Hasta que un día, la esperanza se coló, como una mariposa, en el buzón. Un acrónimo publicitario fue el encargado de atizar los rescoldos de la ilusión, de depositar en ella aquella posibilidad, aquel bendito escalofrío, que dibujaría globos en sus ojos y rosas en sus manos. 
 
Así fue cómo Elena empezó su búsqueda, que en vez de ser desesperada y angustiosa, se reveló serena y expansiva. Los días nublados dieron paso a los anaranjados y un sol de mañana comenzó a abrigarle el alma, a caldear sus pasos. Juró no desfallecer, ni venirse abajo, si fracasaba en el intento. Si tenía que ser, sería. Una hermosa tranquilidad la invadía en aquel empeño, fruto de la confianza en la vida y la certeza de que estaba en el camino correcto. Así fue cómo germinó en ella la ecuanimidad, que aplicaba a todas las piedras que encontraba en el camino, que aprendió a transformar en oportunidades. Confiar, confiar y confiar; a pesar de que al universo siempre le guste jugar sus cartas, era el reto. Su paz interior sería la tierra fértil que albergaría la semilla de un sueño. Una actitud que le permitió medir y sopesar, con acierto, cada uno de sus pasos, dejando a merced del destino una porción de aquel intento y un trocito de aquel anhelo, de ese deseo desbordante que la anegaba. 
 
Todo se hacía diminuto frente al esperadísimo encuentro, para el que llevaba preparándose toda una vida. Hasta que el día llegó. Se lo dijo aquel corazón dibujado en el calendario, la pertinente llamada, ese último detalle sobre la almohada. Estaba preparada para conocer a la persona que le cambiaría la vida para siempre
 
Su cita no era como las demás, ésta se había hecho de rogar, como todo lo bueno en la vida. Un enjambre de campanas la arrancó de aquel estado de somnolencia, haciendo temblar cada átomo de su cuerpo, cuando una voz le susurró: “Todo ha ido bien. Ha sido niña”.
 
 

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