Cambiar el mundo es muy difícil porque el cambio empieza por nosotros mismos. Basta que hagamos o dejemos de hacer lo que la mayoría de la gente hace, para que nos pase un tren por encima. Y si te parece exagerado, prueba con algo muy sencillo, vístete de forma original. Sí, intenta salirte de lo que es normativo en cuanto a indumentaria se refiere. Comprobarás cómo algo tan inofensivo e inocuo como vestir diferente, provocará en los demás una reacción inmediata, que tendrá como objetivo minar tu confianza y autoestima, para que vuelvas a vestirte como el resto. Antes de salir por la puerta, deberás “enfrentarte”, sí, enfrentarte, a tu propia familia que, con el pretexto de protegerte, intentará, “por tu propio bien”, disuadirte con apreciaciones y argumentos “razonables”, en el mejor de los casos, claro. Todo depende de cómo sea tu familia. En cuanto pongas un pie en la calle, te enfrentarás a miradas, gestos, comentarios, burlas y críticas de todo tipo, también a humillaciones y discriminación. Y sólo por vestir diferente. Ojo con los halagos envenenados, al principio, quizá no los reconozcas, pero te aseguro que, con el tiempo, te arponearán la moral y te roerán las entrañas.
Ahora, piensa en quienes se hacen veganos. Puede que te parezca una nadería, pero a éstos también les atropella un tren todos los días, por el mero hecho de tener una alimentación alternativa. Cada vez que comen con sus propios familiares o amigos, siempre hay alguien que abre el debate de ‘carne sí, carne no’. Están hartos de oír los mismos chistes y las mismas frases manidas, y de que les restrieguen el jamón por las narices al grito de “no sabes lo que te pierdes”.
Pues bien, si esto te ha parecido fuerte, ahora piensa en las personas que tienen cualquier tipo de síndrome, trastorno, rasgo o en quienes no se ajustan a los estándares de belleza o características físicas comúnmente aceptados por la sociedad.
Si el mundo evoluciona es porque hay gente dispuesta a que le atropelle un tren cada día. Por suerte, siempre ha habido personas valientes, intrépidas, capaces de enfrentarse a la inercia de una sociedad adocenada, incapaz de replantearse sus ideas, dogmas o principios. Una sociedad muerta de miedo, que prefiere rezongar en las aguas inertes y seguras de lo antaño y lo conocido. Lo que lleva a la involución, y cuya mente es un frontón donde rebota todo cuanto se sale o difiere de lo inculcado o socialmente aceptado; donde cualquier tiempo pasado fue mejor y para quienes más vale lo malo conocido. Personas para quienes lo múltiple o complejo no tienen cabida. Y no cabe duda de que la atrofia de los valores embrutece el espíritu.
Te puedo asegurar que merece mucho más la pena que te atropelle un tren cada día, a vivir agazapado, vigilando tu plato, mirando con recelo al vecino y odiando al diferente porque ha tenido el valor de tirarse a la calle y ponerse en medio de la vía. Merece mucho más la pena que te atropelle un tren, a quedarte enrocado, añorando tiempos supuestamente “mejores”, tiempos en los que las cosas eran claras y el chocolate espeso; el pan era pan y el vino, vino. Tiempos en los que los hombres no lloraban y a las mujeres no había quién las entendiese. Tiempos en los que se estaba en misa y se repicaba y sólo el que tenía padrino tenía derecho al bautizo. Tiempos donde todo era mucho más sencillo, el humor era vertical y no existía la violencia machista, la transexualidad se circunscribía a los peligrosos márgenes de la prostitución o el travestismo, el autismo era un terrible desconocido y el síndrome de Asperger, una desgracia en la familia.
Definitivamente, merece muchísimo más la pena que te atropelle un tren, a estar muerto en vida.
