Ayer me regalaron rosas y me llevaron a cenar a la luz de las velas. Los niños se quedaron con mi madre, no sin antes prometerme que harían todos los deberes, que se cepillarían los dientes y se acostarían temprano. El camarero me llamó "señora", llenó mi copa y retiró mi plato. Luego me obsequió con una interminable lista de postres, retiró mi silla y me dejó pasar primero.
Cuando llegué a casa, la lavadora había terminado y en el lavadero se agolpaban los platos sucios del almuerzo y el desayuno. Al meterme en la cama, el dolor y el cansancio se apoderaron de mi cuerpo. Al día siguiente, me esperaba otra doble jornada.