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jueves, 1 de diciembre de 2022

DESAPARECIDOS



La primera vez que sucedió fue en un céntrico obrador de una pequeña localidad de Indiana. Una de las empleadas entró en el almacén en busca de un saco de harina de centeno. Ni el saco, ni ella regresaron. El segundo caso tuvo lugar en el otro extremo del mundo, en una lavandería. El dueño había salido a echar un pitillo, momento que aprovechó para poner el centrifugado manual. Al no regresar, la resistencia de las lavadoras terminó achicharrando la colada y un olorcillo a chamusquina inundó la acera. Ambos sucesos no tardaron en copar los titulares de los informativos locales, donde familiares descompuestos lanzaban mensajes de ayuda a la población, así como suplicantes misivas a los hipotéticos raptores. En tan solo una semana, los informativos de medio mundo ya abrían con la desaparición diaria de cientos y miles de personas. 

 

Se sabía muy poco o nada acerca del origen de las atomizaciones, que es como pasaron a llamarse las desapariciones espontáneas, después de que organismos internacionales como la ONU emitieran un insuficiente y lacónico informe, instando a los países a unir fuerzas, la única manera, si es que la había, de averiguar el motivo de las incesantes desintegraciones. La noche era el escenario, pues durante el día no se había registrado ninguna desaparición. La edad y el sexo no computaban, como tampoco la latitud, el hemisferio, el hecho de encontrarse en plena calle o en el interior de una vivienda. La atomización podía suceder en la cola de un cine, en el aseo de un restaurante o en la sala de estar de casa. Tan  variopinto podía ser el escenario, que incluso había desapariciones en televisión, en pleno directo. Bastaba que el presentador se ausentase al camerino, al pasar a publicidad, para que a la vuelta, la emisión se cancelara sin motivo alguno o éste fuese reemplazado por otro. La segunda condición era más que evidente, y es que no existía en el mundo ni una sola persona que reconociese haber presenciado dicho acontecimiento. Las volatilizaciones sucedían siempre a escondidas del ojo humano, lo que hacía el asunto aún más desconcertante.

 

Este hecho pronto caló en la consciencia colectiva. Así, cualquier persona, desde el momento que perdía de vista a un ser querido, debía enfrentarse al riesgo, altamente probable, de perderlo para siempre. Bastaba un simple pestañeo o trasladarse a otra habitación. Lo que llevó a las personas a vivir en un estado de atención y de vigilancia permanente. Parques, colegios y guarderías contaban con desapariciones un día sí y otro también. Los padres se negaban a separarse de sus hijos y establecían turnos para dormir. Bastaba un leve descuido, para que la nada tomase el lugar del lecho de una cunita o el hueco cálido de un confortable moisés. Era como para volverse loco. Los enamorados vivían un drama indecible, protagonizando lacrimógenas despedidas en plena calle. Los niveles de estrés se dispararon, así como el consumo de bebidas con cafeína y todo tipo de excitantes. Nadie quería dormir, estaba en juego la vida.

 

Los más ávidos pronto encontraron la forma de rentabilizar la dramática y desconcertante situación y, haciendo gala de un oportunismo procaz, se crearon las empresas de ‘vigilancia intensiva’, con personal especializado en velar por los intereses de los seres queridos. Con  eslóganes como “nosotros estamos despiertos por ti”, pronto se hicieron imprescindibles y no había familia que no contara con los servicios de una de estas empresas. A pesar de los esfuerzos constantes, las volatilizaciones se sucedían sin interrupción y el mundo menguaba en población.

Los años pasaron, (…) sin que los científicos encontrasen la forma de detener las desapariciones; tampoco sabían decir a donde iban a parar los desaparecidos. Y cuando el mundo se había acostumbrado a la nueva normalidad y a vivir en el presente como si fuese lo único seguro que tenían, las atomizaciones cesaron. 

NO-REALIDAD

La realidad es atravesada cada día   por un tren de indiferencia  y una cascada incesante  de anuncios publicitarios.  La realidad ya no es ...