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miércoles, 3 de enero de 2024

EL DÍA DESPUÉS



Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallarle en los momentos de bajón. Ésta atesoraba las sobras de la Noche Buena: la carrillada en salsa de su cuñada, los gambones, el queso curado cortado en triángulos, la sopa de mariscos, las toreras, los pepinillos, el jamón… Poseído por un instinto de supervivencia ancestral, hurgó en el compartimento inferior, donde solía guardar lo que no cabía en la parte de arriba y descubrió una bolsa, que no había sido abierta. Como el que abre un regalo de Papá Noel, rompió el plástico, ansioso por averiguar de qué manjar se trataba. Allí estaban los patés de la tía Inés, comprados en la sección Gourmet del Corte Inglés, cada uno en su frasco correspondiente. De pato, de boletus, de trufa, de perdiz roja… A continuación, buscó la bandeja más grande, dispuso varios platos hondos y los llenó con todo cuanto había sobrado de la cena, acompañándolo de su pan de nueces preferido y regañás de aceite de oliva, ideales para acompañar las viandas y los cremosos y exclusivos patés.

Sus dos mejores amigos, el sofá y la mesa elevable, acogieron la pitanza con la solemnidad de las ocasiones especiales y la urgencia de la hipoglucemia, tras una siesta de dos horas. Una vez acomodado, la batamanta sobre las piernas y la cabecera de su serie preferida de Netflix sonando de fondo, se puso a manducar a dos manos, hasta que no quedó ni una miga en la bandeja. 
 
El episodio estaba a punto de finalizar, cuando se dio cuenta de que se había quedado sin regañás para los patés. Pero como el hambre es ávida y resolutiva, pensó que qué mejor que rebañar los tarros con el dedo. Éstos quedaron tan limpios, que no necesitaron ni lavavajillas. Después de acabar con el culillo de Coca-Cola de la botella y, no viendo saciada su sed, tras tanto encurtido y alimento salado, decidió abrirse una lata de Fanta de naranja para terminar de remozar toda aquella orgía de exquisiteces. 
 
Cuando se sintió tan lleno, que no podía ni respirar sin sujetarse el vientre con las manos, las tripas empezaron a hacer unos ruidos nauseabundos y perturbadores. Se estarán recolocando -caviló, mientras trataba de hacer acopio de fuerzas para levantarse del sofá-. ¡Aún faltaba el postre! La tía Emilia le había hecho su tarta preferida y estaba seguro de que había sobrado, porque él mismo se encargó de cortarla en mini porciones y de guardar el resto convenientemente. 

Puso la serie en pause y se fue para la nevera. Sí, allí estaba, detrás de las naranjas, je je je… Antes de que sonaran los acordes del siguiente episodio, una esponjosa porción de tarta de yogur griego y limón se aplastaba contra su paladar. Ummmmm… El vacío que deja un postre al acabarse, nada tiene que envidiar a la crisis existencial que experimentó dios, justo antes de decir que “todo estaba bien”. A continuación, creó al hombre y a la mujer; a él le quedaba la bandeja de los turrones y los mantecados. Allí estaba, sobre la mesa del salón, festiva, chispeante. Había sobrevivido a los envites de mayores y niños, a una estirpe de tragaldabas que harían languidecer a los ávidos comensales de los extravagantes y excesivos banquetes romanos.  

Empezó por los bombones de licor. Qué pena, la gente siempre se los deja, pensó. Así que decidió dedicarle a cada uno de éstos la parsimonia que se había ahorrado en el festín anterior, olisqueándolos con deleite, rompiendo la lámina de chocolate con sumo cuidado y libando el licor libidinosamente. Con la boca completamente embadurnada y la comisura de los labios pegajosa, se fue para las grandes olvidadas: las peladillas, que pusieron a prueba sus molares, demostrando un año más, ser los dignos descendientes de razas primitivas, capaces de desgarrar y triturar mamuts y bisontes. La lenta digestión pausaba aún más sus movimientos, reduciendo su movilidad y cuando quiso alcanzar los mantecados, tuvo que impulsarse sobre ambos reposabrazos y casi se da de bruces en el suelo. ¡Sólo quedaba uno de limón! La gente es tonta, no saben lo que se pierden. Y con la calma y la placidez de una boya anclada en aguas tranquilas, se lo colocó en la palma de la mano y lo estrujó cual increíble Hulk, metiéndoselo de un bocado y aplastándolo contra el cielo de la boca, para poder paladear la manteca horneada con todas las papilas gustativas de su lengua. 
 
A la mañana siguiente, no le abrochaban los pantalones, se sentía cansado y tenía hinchazón y flatulencias como para inflar una colchoneta para cinco personas. Su hipoteca a treinta años seguía reclamando el pago mensual, los números rojos de su cuenta tintineaban al son de Jingle Bells y el coche permanecía averiado, pendiente de pasar la ITV. En la televisión, un conocido programa de prensa rosa arrancaba con la estrella de fútbol del momento pavoneándose con sus abdominales perfectos y presumiendo de yate, mansión, relojes y coches de alta gama. 

domingo, 31 de diciembre de 2023

QUE NOS ATROPELLE UN TREN



Cambiar el mundo es muy difícil porque el cambio ha de empezar por nosotros mismos. Basta que hagamos o dejemos de hacer lo que la mayoría de la gente hace, para que nos atropelle un tren. Y si te parece exagerado, prueba con algo muy sencillo, vístete de forma original. Sí, intenta salirte de lo que es normativo en cuanto a indumentaria se refiere. Comprobarás cómo algo tan inofensivo e inocuo como tener un estilo propio y vestir diferente, provocará en los demás una reacción inmediata, que tendrá como objetivo minar tu confianza y autoestima, para que vuelvas a vestirte como el resto de la gente. Antes de salir por la puerta, deberás “enfrentarte”, sí, enfrentarte, a tu propia familia que, con el pretexto de protegerte, intentará, “por tu propio bien”, disuadirte con apreciaciones y argumentos “razonables”, en el mejor de los casos, claro. Todo depende de cómo sea tu familia. En cuanto pongas un pie en la calle, te enfrentarás a miradas, gestos, comentarios, burlas y críticas de todo tipo, también a humillaciones y discriminación. Y sólo por vestir diferente. Ojo con los halagos envenenados, al principio, quizá no los reconozcas, pero te aseguro que, con el tiempo, te arponearán la moral y te roerán las entrañas. 
 
Ahora, piensa en quienes se hacen veganos o vegetarianos. Puede que te parezca una nadería, pero a éstos también les atropella un tren todos los días, por el mero hecho de tener una alimentación alternativa. Cada vez que comen con sus propios familiares o amigos, siempre hay alguien que abre el debate de ‘carne sí, carne no’. Están hartos de oír los mismos chistes y las mismas frases manidas, y de que les restrieguen el jamón por las narices al grito de “no sabes lo que te pierdes”.
 
Pues bien, si esto te ha parecido fuerte, ahora piensa en las personas que sufren disforia de género, en quienes se sienten atraídos por miembros de su mismo sexo o en quienes tienen cualquier tipo de síndrome, trastorno o rasgo.
 
Si el mundo evoluciona es porque hay gente dispuesta a ser atropellada por un tren todos los días. El mundo se cambia con personas valientes, intrépidas, capaces de enfrentarse a la inercia de una sociedad que pugna por seguir estancada en lo estándar; adocenada, incapaz de replantearse sus propias ideas, dogmas o principios. Una sociedad muerta de miedo, que prefiere quedarse en las aguas inertes y seguras de lo que es antaño y conocido, lo que lleva a la involución, y cuya mente es un frontón donde rebota todo cuanto se sale o difiere de lo inculcado, socialmente aceptado o normativo; donde cualquier tiempo pasado fue mejor y para quienes más vale lo malo conocido. Personas para quienes la escala de grises, lo múltiple y lo complejo no tienen cabida. Donde las coordenadas de la ética se desequilibran, endurecen y polarizan, los valores se atrofian y el alma se embrutece e insensibiliza.
 
Te puedo asegurar que merece mucho más la pena que te atropelle un tren, a vivir agazapado, vigilando tu plato de comida, mirando con recelo al vecino y criticando, odiando y envidiando a todo aquél que osa ser diferente porque ha tenido el valor de abandonar su confortable sillón, para tirarse a la calle y ponerse en medio de la vía. Merece mucho más la pena que te atropelle un tren, a quedarte enrocado, añorando tiempos “mejores”, tiempos en los que las cosas eran claras y el chocolate espeso; el pan era pan y el vino, vino. Tiempos en los que los hombres no lloraban y a las mujeres no había quién las entendiera. Tiempos en los que se estaba en misa y se repicaba y sólo el que tenía padrino tenía derecho al bautizo, etc.

En fin, te aseguro que merece muchísimo más la pena que te atropelle un tren, a estar muerto en vida.

viernes, 14 de julio de 2023

SEGUIR ESCRIBIENDO


Voy a seguir escribiendo, porque el atardecer es más bello junto al calor de la tinta y porque, al cerrar los ojos, arden mil historias en mis dedos. 

Voy a seguir escribiendo, porque prefiero la intimidad de un cuaderno, al ruido de una fiesta tumultuosa y porque en lo más profundo, la vida no es leída, si no se moldea con el torno imprevisible del grafito. 

Voy a seguir escribiendo, porque la escritura es esa otra dimensión de mí misma, que me divide y multiplica, cuando hundo la mina en el fragor del folio. 

Voy a seguir escribiendo, aunque pierda autobuses, se me pasen las paradas y ese tiempo no lo dedique a otros quehaceres más rentables. 


Voy a seguir escribiendo, porque no existen las casualidades y porque todo cuanto me digo a través de una pluma se convierte en mañana y en otra cosa distinta. 


Voy a seguir escribiendo, porque lo que escribo supera con creces todo cuanto pueda decir y porque escribir me ayuda a conocerme y a comprender al otro, por muy lejos que se encuentre. 


Voy a seguir escribiendo, porque es la única forma de que el tiempo se detenga, que los pájaros canten y que vuelvan las oscuras golondrinas. 


Voy a seguir escribiendo, porque cada vez que lo hago, mis pies dejan de tocar el suelo, las musas me despiertan por las noches y el tiempo no existe cuando los renglones me invitan a saltar al vacío.


Voy a seguir escribiendo, porque las palabras me conectan con la gente, dibujan lianas invisibles y excavan en lo más profundo, recuperando perlas celestes de mi inconsciente.

 

Voy a seguir escribiendo, porque es la mejor manera de no huir de mí misma y de hacerle frente a la imparable bola de nieve que es mi vida. 


Voy a seguir escribiendo, cuando la escarcha de los años inmovilice mis manos, ya no sea dueña de mi cuerpo y cuando me convierta en polvareda del camino. 


Lo haré con la ayuda de los ángeles, desde cualquier rincón del universo.

 

 

 

 

 

 

miércoles, 8 de marzo de 2023

EL DÍA QUE NO FUI A CLASE

Dedico este rimado poema a mis alumnas del nocturno.

El día que no fui a clase, se armó la marimorena, 

me tocó fregar los platos; después, preparar la cena. 


Aquel día en que falté, decidí no creer en mí,

amparándome en “amigas” que apoyaban mi desliz.

 

El día que no fui a clase, puse la tele muy alta,

me di una ducha muy fría y dormí sin poner la alarma.

 

Aquel día en que falté, estrenaban una serie que no me quería perder: 

la vida de otra persona, el sueño de otra mujer.

 

El día que no fui a clase, alguien decidió por mí

lo que tenía que comer, cómo tenía que vestir…

 

Aquel día en que falté, cambié mi primer trabajo 

por uno de 12 horas seguidas y sin descanso.

 

El día que no fui a clase, me endosaron los cuidados, 

primero vino el abuelo, el suegro, el tío Genaro…

 

Aquel día en que falté, empecé a estar mal pagada

y a desear la propina de quien de mí se apiadaba.

 

El día que no fui a clase, perdí sin saber el tren, 

ese que tanto corría: 

el tren de la libertad y el de la sabiduría.

 

Aquel día en que falté, aprendí a chapurrear, 

a mentir en el currículum y a decir “je ne sais pas”.

 

El día que no fui a clase, alguien me pagó la cena,

me pidieron matrimonio y me preñé a la primera.

 

Aquel día en que falté, las páginas de mis libros se mancharon de azafrán, 

más tarde, de lamparones de papilla y de Prozac.

 

El día que no fui a clase, aprendí a desaprender 

lo que pude haber sabido y jamás nunca sabré.

 

Aquel día en que falté, 

empecé a sentir envidia de mis otros compañeros; 

puede que ellos consigan llegar donde yo no puedo.

domingo, 22 de enero de 2023

14 DE FEBRERO

Ayer me regalaron rosas y me llevaron a cenar a la luz de las velas. Los niños se quedaron con mi madre, no sin antes prometerme que harían todos los deberes, que se cepillarían los dientes y se acostarían temprano. El camarero me llamó "señora", llenó mi copa y retiró mi plato. Luego me obsequió con una interminable lista de postres, retiró mi silla y me dejó pasar primero. 

Cuando llegué a casa, la lavadora había terminado y en el lavadero se agolpaban los platos sucios del almuerzo y el desayuno. Al meterme en la cama, el dolor y el cansancio se apoderaron de mi cuerpo. Al día siguiente, me esperaba otra doble jornada.

viernes, 5 de agosto de 2022

UN PLÁCIDO DÍA DE PLAYA

Es domingo y la familia García se dispone a echar un fabuloso día de playa. 
—Mamá, ¿puedo llevarme el spinner?
—¿Qué vas a hacer con el spinner en la playa? Si en la arena no gira.
—¿Y mi barco de Lego?
—Cómo vas a llevarte el barco de Lego, para que se te estropee o pierdas alguna pieza.
—¿Le pregunto a papá?
—Haz lo que quieras. 
Zanja la madre, al tiempo que organiza las fiambreras dentro de una bolsa de playa tamaño XL y se cerciora de que no falta nada. La ensalada de pasta, los filetes empanados, la media sandía, el tinto de verano de Roberto, el puro habano de después de comer, guardado en su funda, y un buen trozo de su bizcocho preferido. Rosa no recuerda cuántos años lleva haciéndole el mismo bizcocho, cada vez que van a la playa. Ni acordarse quiere de aquel día en que se le olvidó en la nevera y tuvieron que volverse desde Chilches. A Roberto le gustaba tanto, que si le faltaba algún ingrediente, lo notaba enseguida. 
 
Agosto lanzaba toda su artillería con días de terral, bochorno y temperaturas que hacían temblar el mercurio. Qué mejor que un día de playa para que los niños se esparzan y disfruten.
—Mamá, Pablito no me deja.
—Pablito, deja a tu hermana y ve a ponerte el bañador, que te lo he puesto encima de la cama. Y tú, ¿qué haces todavía con el pijama puesto?
—Es que mis amigas no me dejan, nada más hacen mandarme Wasaps. Por cierto, ¿se puede venir Claudia? Es que me ha dicho que sus padres se van a una barbacoa y ella allí se aburre. 
—Tú sabes que por mí, sí. Tendrás que convencer a tu padre, ya sabes lo que opina al respecto.
—Sí, que nuestro coche no es el autobús escolar y nosotros no somos una ONG.
En el garaje de casa, Roberto pone a punto su Volkswagen Golf y para ello, no duda en rodearlo una y otra vez, cerciorándose de que los espejos están bien alineados, las ruedas tienen la presión correcta y la superficie del salpicadero está despejada y reluciente.
—Papá, que dice mamá que no puedo llevarme mi barco de Lego. Me ha dicho que te pregunte.
—Para tonterías estoy yo, para un día libre que tengo. Anda, dile a la chochona de tu madre que en veinte minutos salimos. Y el que no esté metido en el coche, aquí se queda. No estoy dispuesto a comerme la caravana de domingueros.
Robertito entiende que es un sí y va a por su barco de Lego, para meterlo en una bolsa.
Es ahora Marina la que entra en el garaje.
—¿No me vais a dejar ni un rato tranquilo, eh?
—Papá, ¿se puede venir Claudia? Mamá me ha dicho que sí.
—Ya estamos. Ya sabía yo que me ibais a dar el domingo. Claro, a tu madre le da igual uno más que uno menos, como ella no tiene que conducir y le importa un pimiento que me llenen el coche de arena. 
—¿Se viene entonces?
—Corre y veme al quiosco a por un paquete de cigarros y procura que no te engañen con la vuelta.
Cuando faltan cinco minutos para salir, Rosa pega en la puerta del baño.
—Marina, ¿has visto la hora que es? Ya sabes cómo se pone papá, acuérdate de la última vez.
—Estoy depilándome, ya termino.
Rosa se detiene un breve instante en el espejo del pasillo, se desabrocha el botón superior del vestido y acaricia con su mano derecha unos moretones que amenazan con rozarle el cuello. Luego se lo vuelve a abrochar. Entre tanto, su hija sale del baño. 
—Mamá, te vas a asar con ese vestido. ¿Hoy tampoco te vas a bañar?
—Ya sabes lo mal que me pongo con la regla.
—Siempre dices lo mismo. Pues que sepas que todas las madres de mis amigas se bañan menos tú.
Cuando dan las diez, están todos en el coche, menos Roberto, que está cerrando la puerta del garaje.
—Mamá, ¿has echado mi pelota azul?
Pregunta Pablito, de repente.
—No sé, pero reza para que no pillemos caravana.
 
 
 
 

jueves, 12 de mayo de 2022

MATAR AL AMOR

 


Matemos al amor,
encerrémoslo en 365 días,
pongámoslo a plazo fijo,
sumémoslo a la lista de la compra, 
lavémoslo en la lavadora,
que centrifugue bien, que quede limpio. 

Metámoslo a diario en la misma cama,
pongámosle Netflix por las noches,
mucha sinceridad y confianza,
que permanezca estable, bien tranquilo.
Que no quede ni un ápice de aquel escalofrío,
de aquella embriaguez desamarrada
que nos hizo temblar en el vacío.
 
Hagámosle un buen nido,
llenémosle la casa de chiquillos,
quitémosle su sitio,
que no quede un resquicio, un escudriño,
cambiemos la pasión por Disney Channel.
¡Matemos al amor, cariño!
 
 

EL DÍA DESPUÉS

Se despertó de la siesta y se liberó de las garras de su sillón-relax. Una fuerza irracional le condujo hacia la nevera, que no solía fallar...